Jaén, Mare Oleum

Artículo del escritor y profesor jiennense Emilio Luis Lara López en Diario JAÉN
Emilio Luis Lara López

El comienzo de Desayuno con diamantes es icónico: al amanecer, Audrey Hepburn, tras una noche de fiesta, baja de un taxi en una desierta Quinta Avenida de Nueva York y se planta delante del escaparate de Tiffany’s sin quitarse las gafas de sol. La actriz, que viste un elegantísimo traje negro de Givenchy, extrae de una bolsa de papel un vaso de café y una pieza de bollería y, con lenta elegancia, les da un sorbo y un bocado mientras contempla las joyas, ensoñadora. Jaén es una de las ciudades donde mejor se desayuna. Sólo hay una cosa mejor que el café tempranero tomado en casa: el segundo café bebido con calma en una cafetería leyendo la prensa.

Me encanta desayunar con calma en la calle mientras leo un par de periódicos, uno nacional, y otro, éste. Como tengo una facilidad innata para abstraerme sin que me incomode el ruido circundante, alterno la lectura con mirar de vez en cuando a la gente que camina por las aceras. Disfruto por igual el cortado y la tostada de aceite y tomate que las noticias y reportajes del terruño. Me interesa lo provincial, pero no lo provinciano; lo local, pero no lo localista. El apego informativo por donde uno vive no entraña cortedad de miras ni un horizonte vital cercado con alambradas, sino un legítimo interés nacido del cariño, de las raíces emocionales. Ser de pueblo no implica ser pueblerino, pues alguien de ciudad puede ser un chauvinista de chichinabo por magnificar lo propio y despreciar lo ajeno. Ser cateto no es una cuestión de geografía ni de demografía, sino de estrechez mental.

El amor a un lugar no estriba en el elogio hiperbólico de lo bueno y la ocultación rabiosa de lo malo, sino en destacar lo bueno e intentar mejorar lo demás a través de lo aprendido en los viajes, el conocimiento de personas interesantes y dar oportunidades a los talentosos que demuestren empuje. La pasada Navidad se destapó en Roma —mi ciudad predilecta— un fraude de multitud de restaurantes, un engaño a caballo entre lo picaresco y lo mafioso consistente en ofrecer a los clientes aceite de oliva virgen extra cuando en realidad se trataba de un mejunje elaborado con aceitazos de semillas, antioxidantes artificiales y clorofila (para darle color verde). Desde luego, en esas tramposas trattorias y osterias no servían el exquisito aceite de Jaén que cada año vendemos a los italianos según la fórmula acuñada por Woody Allen en Toma el dinero y corre.

En mis veraneos de infancia y adolescencia en Torredelmar recuerdo a los jiennenses más cerveceros que buscaban, como oasis en el desierto, los bares y chiringuitos donde servían botellines de El Alcázar. Siempre me trajo al pairo ser hereje en una tierra donde los bares olían a lúpulo, porque a mí lo que me gustaba era el vino. Algunas amistades se escandalizaban al decirles que cuando Carlos V trajo la cerveza a España —mandaba trasladarla en barriles desde Alemania—, los españoles la rechazaban alegando que sabía a orines de burra. Fiel a mi costumbre, desde hace años una de las cosas que practico es el turismo enológico, hacer escapadas al extranjero o a provincias españolas para visitar bodegas y probar sus vinos. Existen pocas modalidades turísticas como ésa que concilien tantos placeres: la gastronomía, la naturaleza, la historia, el arte y las tradiciones populares.

Pintura del artista jiennense Miguel Viribay.

En nuestro país, numerosas bodegas han sido construidas por arquitectos de renombre, de modo que los edificios aúnan estética y funcionalidad en una competición impulsada por una emulación que potencia el bucle turístico. Muchas de las bodegas disponen de espaciosos y modernos puntos de cata y venta que hacen las delicias de los visitantes, y asimismo, abundan los hoteles y restaurantes integrados en ellas, lo que ha generado un turismo de calidad que repercute en las respectivas economías provinciales, porque los viajeros vinícolas suelen aprovechar para visitar los pueblos y ciudades, de forma que, cuando llegan a sus localidades de origen, lo cuentan. Van y lo cascan. El Mare Nostrum de Jaén es un Mare Oleum, un mar de olas de aceite remansadas que alberga más de dos mil años de civilización mediterránea, de una cultura europea cuyas esencias y modos de vida practicamos aquí sin ser plenamente conscientes del potencial cultural y económico que supone.

En el plano turístico aún estamos en modo siglo XX, mientras que La Rioja, la Ribera del Duero, Galicia o Murcia, por ejemplo, llevan ya tiempo en modo siglo XXI. No es menester ser originales, sino que algunas almazaras copien el exitoso modelo del mundo del vino. Además, contamos con una red de caserías cuyas bellezas arquitectónicas y paisajísticas ya las quisieran las casas rurales de Asturias y Cantabria, tan de moda. Pero para ello debe producirse una metamorfosis en las mentalidades, descalcificar comportamientos y atreverse a romper la barrera del sonido de la envidia que provocan quienes destacan. No hace falta ser un visionario ni comprar una bola de cristal en los chinos para comprender que atesoramos las condiciones para convertirnos en la California europea. Sólo hay que entender que el porvenir reside en nosotros mismos.