Capilla, Lucas y Manuela: Ejemplos de memoria viva

La residencia Fuente de la Peña homenajea a tres cumpleañeros centenarios
Capilla González, Lucas Cano y Manuela Méndez.
Actuación de Laura Vilches Suárez, durante la celebración del centenario de los tres residentes en Fuente de la Peña.
María José Armenteros, con su guitarra, animando a los presentes.
Ana Isabel Bravo

Cumplir cien años no es solo soplar ya tres dígitos sobre la tarta. Llegar a este número significa haber sido testigo de los cambios en el mundo en el último siglo, haber sobrevivido a pérdidas, guerras, luchas y de la vida cotidiana. Por ello, la Residencia de Mayores Fuente de la Peña celebró ayer un homenaje tan especial a tres de sus vecinos más longevos: Capilla González, Lucas Cano y Manuela Méndez. Tres centenarios cuyas vidas, como dijo el director del centro, Luciano Paredes, “impresionan e inspiran”.

Capilla González es la mayor de los tres y alcanzará la cifra de los 101 años en enero del próximo años. Su familia la acompañó con una mezcla de orgullo y nostalgia, y en la placa que recibió del centro se podía leer el sentir de quienes la conocen bien: “Un corazón que deja huella”. Su hijo, José María López, se emocionó al dedicarle unas palabras públicas: “Gracias a la constancia de mi padre y a la tuya soy lo que soy. Nunca en la vida podré agradecer todo lo que habéis hecho por mí”.

El segundo homenajeado fue Lucas Cano, acompañado por su esposa Juana Calabria y su hija Amparo. El sileño, que perdió a su madre cuando tenía apenas seis años, explicó cómo aquella ausencia marcó su carácter: “Me crié solo y, afortunadamente, luego di con una mujer tan buena y trabajadora como Juana”. Sobre el secreto de un matrimonio tan feliz y duradero como el suyo, no dudó en la respuesta: “El secreto está en no discutir nunca”.

El homenaje culminó con Manuela Méndez, cuya historia recorre un siglo XX lleno de incertidumbre. Nació en los años veinte, fue la primera hija y primera nieta de la familia, y recibió un regalo insólito para la época. “Como mimada de la casa, a los seis años le compraron un piano”, recuerda entre sonrisas su hijo, Bernardo Jurado. La pérdida de ese instrumento la llevó a no volver a tocarlo durante cuatro décadas, pero cuando lo retomó, ya no lo dejó hasta hoy día, que sigue tocando sus melodías favoritas de memoria desde su habitación.

La Guerra Civil la sorprendió con once años y la niña se convirtió en adulta “por necesidades del guion”, como explica Jurado. Aunque ese tiempo la moldeó para el resto de sus días, cumple cien años con la sabiduría como compañera y una pasión por la música que perdura.

“Son tres vidas únicas, llenas de momentos, aprendizajes, amor, lucha y esperanza. Tenemos la suerte de aprender de vuestra sabiduría y esa forma tan especial de vivir”, subrayó el director del centro durante la celebración. El festejo continuó con la música de la animadora sociocultural de la residencia, María José Armenteros, y la actuación de la artista Laura Vilches. Tres siglos acumulados y una misma certeza: alcanzar esta edad es un privilegio, pero celebrarlos en comunidad es un regalo aún mayor.