Javier López: “No me salen serias ni las necrológicas”

El año que Eva María se fue resalta el valor de la transición
El escritor Javier López posa con su nueva obra literaria: El año que Eva María se fue.
Manuela Rosa Jaenes

El año que Eva María se fue es el sugerente título de un libro —el quinto— escrito con la afinada pluma y la mirada compasiva de un periodista de la vieja escuela adaptada a los tiempos modernos. Quien no conozca el estilo de Javier López es que ha leído poco o nada del periodismo jiennense. De Villanueva del Arzobispo para más señas, este conocido de la casa, y mucho más, abre las puertas de su corazón en una entrevista en la que no le falta razón y, aunque se atisban lecciones de vida impropias de su juventud, lo cierto es que sus pretensiones no son otras que decir lo que piensa, lo que siente y lo que padece. Consciente de que falta alegría en el devenir periodístico de la provincia, se atreve a recordar una época, la de la transición, que fue algo así como el paraíso para aquella generación. Lo que nos dieron nuestros padres lo dejamos en el camino. Así es.

Aviso que le hablaré de usted durante la entrevista...

—En las entrevistas siempre lo hago, así fuera mi padre.

—¿Cómo afrontaría usted una entrevista a un entrevistador?

—Con alegría, porque sé que le preguntaría cosas que no se esperaría. Es como jugar Messi contra Cristiano, siempre saldrá algo divertido.

—¿Por qué escribe libros, no tiene bastante con los artículos, los reportajes, las entrevistas...?

—A mí, sinceramente, me gusta escribir lo justo, pero muy bien. Soy un apasionado de la lectura y de la escritura, pero mientras que soy un lector absoluto, es decir, leo en todas las partes y a todas horas del día, la escritura me lleva menos tiempo, porque le tengo más respeto. Escribo libros porque creo que tengo cosas que decir y no porque se me haya quedado corto el Periodismo. En mis tarjetas nunca pongo “periodista y escritor”. Una vez estuve a punto de poner “periodista y vendimiador”, que es lo que se me da bien, porque solo he escrito cinco libros y, aunque están bien escritos, no son imprescindibles.

—¿Le acompleja ser un periodista sin carrera?

—En absoluto. Sí que me hubiera gustado. Me matriculé en tres y no saqué ninguna. Yo siempre digo que a mí me pasa lo que a Cervantes, que no fui a la Universidad.

—¿Desde pequeño tenía claro que quería ser periodista?

—Sí, siempre, pero creía que iba a acabar de albañil, como mi padre.

—¿Entonces?

—Con veinticuatro años aprobé tres oposiciones, las de “Andalucía Joven”, de la Diputación. Elegí las de auxiliar administrativo y me aburría. Un amigo escribía y me daba mucha envidia. Yo estoy aquí por envidia. Fue entonces cuando decidí llevarle a Antonio Avendaño unos reportajes y, después, Rafael Olmo y José Luis Codina apostaron por mí. Fue un aprendizaje muy bueno. Me pedían una crónica, la hacía y me la tiraban a la basura.

—¿Abandonó un trabajo estable por el Periodismo?

—Sí, no me arrepiento. He conocido a mucha gente, he pasado muchas risas en el trabajo y fuera de él... Trece años en Diario JAÉN, maravillosa etapa, y en “Abc” toda la vida. El Periodismo es muy sacrificado, pero trabajar es peor.

—¿En qué ha cambiado Javier López desde aquella sección titulada “A mi aire”?

—Ahora tengo menos juego de palabras y trabajo más los conceptos. Fue una apuesta de Esteban Ramírez, los artículos de opinión son los que más me gustan y sigo teniendo la ironía como eje central de mi escritura. A mí no me salen serias ni las necrológicas.

—¿Qué encontrará el lector en El año que Eva María se fue?

—Va a encontrar ironía, sarcasmo... Es un homenaje que hago a la generación de mis padres, la de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, que hizo posible que los años setenta, cuando yo era un niño, fueran irrepetibles. Estábamos con la libertad recién alcanzada, había una felicidad ambiental tremenda. Quiero resaltar el valor de la transición, porque se hicieron cosas muy buenas, no solo el abrazo, la concordia y el perdón, sino también unos políticos intelectuales irrepetibles y una sociedad buena.

—¿Tiene el libro crítica?

—No sé hacer cosas sin crítica.

—¿Qué echa de menos en el Periodismo jiennense?

—La alegría, falta alegría, es un periodismo de trincheras sin estar en la trinchera el que tenemos. Ryszard Kapuncinski decía que hay que ser buena persona para ser un buen periodista y yo digo que, además, hay que mirar con ojos compasivos la realidad. Hay que denunciarlo con ironía, que es una buena forma de misericordia.

—¿Cuál es su percepción de la realidad jiennense?

—Muy inferior a la que había en la época de los setenta. Antes había más compromiso, ahora creo que las vigas de los partidos políticos son militancias interesadas, antes había más altruismo y el nivel es mucho más bajo. Gente como Adolfo Suárez o Felipe González no existen y lo mismo le pasa a la sociedad. Me gusta diferenciar entre el esclavo y el siervo; el esclavo busca la libertad, el siervo se conforma con que le des de comer.

—¿A quién le gustaría entrevistar y no ha podido ser?

—Al Papa, me encantaría.

—¿Qué le ha hecho abrazar tanto la fe católica?

—Yo siempre he tirado al fuera de juego. Hay que ser un católico combativo, un soldado. No entiendo por qué la gente se mete con los curas y no con los fontaneros.

—¿Qué inculca a sus hijos?

—Les voy a dejar una herencia muy pobre, por lo que le inculco mi modo de ver la vida, que tampoco es el mejor, que sean luchadores, que lo cuestionen todo y que no suban a andamios que no han puesto.

—¿Le cambió el coronavirus?

—Creí que me moría hasta pedir la extremaunción, pero no la logré.

—Se ríe hasta de la muerte...

—Es que si no... La verdad es que ha venido a por mí bastantes veces y no me ha cogido. Al final ganará ella, veremos.

—¿Es usted feliz?

—Sí, soy muy feliz y tengo alegría. Ya no pasa nada si me muero. Además, pienso que la jugada maestra de Dios consiste en utilizar al peor enemigo del hombre, la muerte, como acceso a la vida eterna.

El quinto libro

Primero fue El Apátrida, después los dos ensayos de Soy católico, le siguió El pudor del macho alfa y, ahora, El año que Eva María se fue. Son las cinco obras literarias de un periodista que no le gusta llamarse escritor, quizás por pudor, un amante de las letras que ya prepara el sexto libro, aunque nadie podrá adivinar cuándo terminará. De los que relee y relee hasta la saciedad El buscón, el perfil del lector es, cuanto menos, exquisito. Le vale con que les guste cómo está escrito, porque eso de estar de acuerdo o no en lo que relata es lo de menos.