Una obligación política y social

    22 abr 2024 / 10:40 H.
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    El Ayuntamiento de la capital está necesitado de demostraciones de fuerza que permitan a los jiennenses recuperar la confianza en las administraciones públicas, lideradas por representantes que, históricamente, no fueron lo suficientemente reivindicativos con el ánimo de barrer para la provincia. Uno de los ejemplos más demoledores de la capacidad que tiene la voluntad política para hacer que un territorio avance o retroceda está en el tranvía de la capital, que pronto cumplirá trece años guardado en cocheras, vandalizado y con la sensación de haber tirado más de cien millones de euros por la borda sin que haya dimisiones por medio.

    La historia es más que conocida y, en lo que concierne a la actualidad, todo hace indicar que este será el mandato definitivo para verlo en funcionamiento. Los técnicos se afanan en los últimos meses en reparar los desperfectos de la desidia y la propia consejera de Fomento, Articulación del Territorio y Vivienda, Rocío Díaz, se reunió esta semana con el alcalde, Agustín González, para anunciar que los trenes se empezarán a ver por las calles de la capital, en pruebas, en 2024 para estar en funcionamiento total en 2025.

    La Administración andaluza, que se arroga su reactivación, está obligada a cumplir con un compromiso que adquirió Juanma Moreno cuando todavía no era presidente de la Junta de Andalucía y, sobre todo, ser escrupulosa con unos plazos que, hasta el momento, nadie ha sido capaz de cumplir, amparados en una medida cautelar judicial por competencia desleal con el servicio de autobuses urbanos que, en 2011, no paralizó el tranvía en sí, sino la gratuidad con la que se hicieron las pruebas. La puesta a punto, que nadie discute que será complicada, no puede durar más que la construcción de una millonaria infraestructura que, eso sí, fue modélica, porque no sólo se creó el trazado, sino que todo lo que hay en el subsuelo que pisa quedó renovado por completo, desde cableado eléctrico hasta canalizaciones de agua e, incluso, aceras. La revolución urbanística, sin embargo, no sirvió más que para aparcar coches.

    Editorial