El verbo se involucra en nuestras palabras

    26 mar 2024 / 09:37 H.
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    La semana santa está ahí, entre nosotros, evocando la última semana de Cristo en la tierra. Ojalá sea motivo para crear —recreándonos— un diálogo fructífero, que nos haga conjugar el intelecto con la espiritualidad, ayudándonos a unirnos y a reunirnos entre diversos armónicamente, con un objetivo fundamental, que espigue la amistad y la confianza en los pulsos andantes. Es un período, por consiguiente, de reflexión. Debe serlo, porque en la historia de la salvación es una mujer la que acoge el Verbo; y además son ellas las que en la noche oscura custodian la llama de la fe, las que esperan y no se desesperan en proclamar la Resurrección. ¡Hallemos el júbilo! Hoy más que nunca necesitamos de esa escucha, de esa acción amorosa, para entrar en sintonía con nosotros mismos, con la gestación de un orbe más justo, activando otro impulso más leal y meditativo, que comience por impulsar lenguajes que respeten y valoren las diferencias. Al fin y al cabo, lo importante es pasar por aquí abajo, reconstruyendo con humildad y coraje; no destruyendo nada, sino acogiendo siempre la novedad, con la expectativa de fraternizarnos. Así, sólo así, podremos permanecer acompañando al Crucificado e involucrándonos, en su misma misión, por la vida del planeta. ¡Concurramos en contemplativa! Hermanarse es nuestra gran asignatura pendiente. Estamos, en consecuencia, en el momento litúrgico más intenso y de mayor apertura. Tenemos que aprovechar todas las indulgencias que el instante nos trae. No importan las creencias. Lo que si nos pertenece, a todos por igual, es dejarnos acompañar por el silencio, por los sacrificios y el arrepentimiento innato, que nos surgirá del aprender a reprendernos. Cultivar la soledad, para entrar a navegar por nuestros interiores, será un buen ejercicio de sacro septenario, sabiendo que nosotros ponemos lo visible, pero que es Dios el que nos injerta la visión y nos marca el camino. ¡Dejémonos acompañar por su llamada! Al final del trayecto, tenemos que confluir en los perdones, en las enmiendas, para volver a injertarnos de la luz de ese poema interminable que somos. Indudablemente, todos los latidos son imprescindibles y necesarios para que el verso se conjugue como lírica perfecta. Sea como fuere, hemos de regresar a la autenticidad de la palabra, para poder salir en comunión de esta mundanidad que nos atormenta, y ver que el gozo radica en un vivir, desviviéndonos entre sí, eternamente junto al Creador. Desde que el Verbo se hizo carne es, por lo tanto, posible ver el cielo abierto, si nos dejamos penetrar del amor divino. ¡Abandonémonos de lo terrícola! Este es el gran tiempo de la misericordia. Nos viene bien para repensar la confusión que nos invade, la prepotencia que nos degenera, o en ese amor enfermo que se transforma en violencia. Necesitamos un cambio, retomar otras rutas, donde se aprecie a la persona que camina a nuestro lado y se respete su libertad; porque, en el fondo, hay que amarla como es, no como nosotros queremos que sea. Celebremos el amor ilimitado de la Cruz y mientras hacemos pausa en nuestro diario de vida, disfrutemos del anhelo de una estación mejor, en la que también nosotros podamos ser mejores, liberados de la pandemia de maldades. ¡No es una ilusión es una esperanza! Todo se resume en un espíritu exclamativo/penitente. ¡Hallemos el júbilo!, la fuente está en la creatividad del amor. Vayamos, pues, al amor de amar amor. ¡Concurramos en contemplativa!, que es lo que nos da sabor y gusto a nuestros días. Procesionemos, entonces, con el místico pensamiento: ¡yo le miro, y Él me mira!”. ¡Dejémonos acompañar por su llamada!, ya que, Cristo ha sido maestro de esta sintonía. En su peregrinar por aquí abajo nos lo ha dado todo, su secreto era la relación con el Padre. ¡Abandonémonos de lo terrícola!, por tanto, amparémonos en lo celeste. Esto, lógicamente, se compendia en la fe: en estar convencidos de rodearse de un amor grande y fiel del que nada nos podrá separar. La rúbrica en perpetuo, en el corazón se halla: ¡tampoco es un sueño, es una certeza!

    VÍCTOR CORCOBA HERRERO

    Necesitamos un debate serio

    Acabo de ver un reportaje sobre la figura de Adolfo Suárez, de cuyo fallecimiento se cumplen diez años. La nostalgia nos invade a los que vivimos la transición a la democracia en España y vemos alguna noticia sobre sus protagonistas, pero me ha llamado la atención una frase pronunciada por el presidente Suárez en torno al clima tenso que se vivía en el Congreso de los Diputados: “Si seguimos con este clima de crispación, ésta acabará por manifestarse con más intensidad en la calle”. Eso es lo que está ocurriendo porque ya hay grupos de amigos que vetan la política en sus conversaciones por crispación. Desconcierta el hecho de que Trump tenga tantos imitadores, claro que esto es porque es un candidato que está creciendo en las encuestas cada día después de dirigir un asalto al Capitolio y afirmar hace poco que “si él no gana las elecciones, habrá sangre y no habrá más elecciones en los Estados Unidos”. Claro, como sigue subiendo, percibimos que muchos políticos españoles apuestan por su modelo, pero los ciudadanos estamos hartos de que no se hable de los problemas del país sino del “y tú más”. Además, muchos millones de votantes tenemos la sensación de que creen que nos creemos sus mentiras e hipérboles a pies juntillas, y eso no nos gusta, no nos gusta en absoluto.

    MANUEL CAMPOS CARPIO / JAÉN

    Política incendiaria

    Son herederos del franquismo. De ahí su nulo perfil democrático para aceptar las reglas del juego y reconocer la legitimidad de quien conforma una mayoría. Creen que solo ellos tienen derecho a gobernar “por la gracia de Dios”. Por lo mismo, y aunque engañen, tampoco admiten la libertad de prensa. “Os vamos a triturar. Vais a tener que cerrar. Idiotas. Que os den”, amenazaron sin complejos al medio que destapó los amorales negocios y turbios delitos de la pareja de Ayuso y, además, extendieron bulos contra la prensa.Y, como están obsesionados con derribar al Gobierno, ni son oposición ni tienen una propuesta de país en temas trascendentales que a todos nos atañen, ni les importa dañar las instituciones. Ni tan siquiera son capaces de arrimar el hombro en momentos trágicos como la pandemia. Es un hábito altamente peligroso que emponzoña la convivencia y devasta las instituciones —a las que denigran cuando les quitan la razón— hasta desbordarse e incendiar las calles trayendo crispación y desafección de la política, único medio de transformación social, que es lo que realmente persiguen. Señorías del Partido Popular: ¡Paren ya!

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON / MADRID

    Cartas de los Lectores