El cáncer de la sociedad resulta ser la ignorancia

    04 may 2024 / 09:24 H.
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    Hace unos días participando en una charla, me quedé verdaderamente admirado de las opiniones tan coherentes y lúcidas, ante la situación de debilitamiento o declive de nuestras sociedades supuestamente democráticas. Me exponían lo siguiente: “Estamos una era en la que todo el conocimiento lo tenemos al alcance de la mano. El cáncer de la sociedad resulta ser la ignorancia”. Y más delante explicaban: “Es más fácil gobernar a ciudadanos sin cultura, sin educación, sin valores y enfrentados bajo falsos dilemas, que mirar al futuro y trabajar para construir una sociedad avanzada”. El escritor ruso Dostoyevski en su obra, examina la psicología humana en el complicado contenido político, social y espiritual en la sociedad rusa a mitad del siglo XIX. Este escritor de forma contundente y previendo lo que ocurriría con la interpretación del concepto de tolerancia, dijo: “La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”.

    Pues, ¡atención! Ese momento ha llegado a nuestra sociedad. ¿Y ahora que nos está ocurriendo? ¿Volvemos a la insensatez, egoísmo e imposiciones dictatoriales? Esta sociedad desmesuradamente expresiva en las redes sociales y que, en el contexto próximo, está falto de relaciones y cada vez más, de cariño. Es impropio adherirse a lo material y ficticio. Inculquemos e invirtamos en fomentar el conocimiento en todos los medios a nuestro alcance, impulsemos el deporte, y, sobre todo, el diálogo entre familias y amistades. Verdaderamente estamos en una sociedad llena de etiquetas, poder, miedo, dominación de una minoría hacia el resto, que fomentan y aceptan calumnias y engaños. Estamos faltos de una atención y apego, que haría que nuestra avenencia y trato con los demás fuera más humano.

    JOSÉ RAMÓN TALERO ISLÁN

    Listos buenos y listos malos

    La lectura de William Saroyan no deja de sorprenderme nuevamente. En esta ocasión se trata de “Chiquillos”, en una edición de 1959, un conjunto de cuentos, rectifico, un álbum de fotografías tomadas de la vida misma: sin duda son recuerdos del ambiente de la infancia, vivida o presenciada por el autor, donde la humanidad se desborda en cada una de sus páginas (que no son nada más que ciento sesenta). A través de una galería de personajes comunes Saroyan analiza la naturaleza humana de gente afable, sincera y corriente para extraer y poner de manifiesto una honda filosofía trascedente. Resalto unos breves párrafos de uno de los diálogos, en apariencia sencillos, pero con una carga de profundidad bastante notoria. Un matrimonio habla sobre uno de sus hijos:

    “–Algún día será un grande hombre. Algún día será Toby algo importante en este mundo. Espera y verás.

    –¿Quieres decir que irá a la cárcel? -preguntaba papá-, ¿Quieres decir que por ser Toby así de listo se verá en una cárcel?

    –No es que sea un listo malo –decía mamá–. Toby es un listo bueno. A nadie le hace daño.”

    Es una sutil disquisición eso de “listo malo” y “listo bueno”. Volviendo a la realidad circunstante y con la reinterpretación semántica de las palabras a la que la progresía actual nos está conduciendo y obligando por ley a adoptar le entran a uno terribles dudas sobre cuál es el comportamiento correcto que se ha de seguir. Ser malo o bueno deduzco que es anodino e indiferente: la cuestión estriba en ser listo. Pues no encuentro otra solución, en las circunstancias presentes y para no llamar la atención, que la de pasar por la vida haciéndose el tonto.

    JUAN ANTONIO NARVÁEZ SÁNCHEZ / Úbeda

    Leer entre olivos

    Nos preguntó nuestro querido Miguel Hernández “¿quién, quién levantó los olivos?” y nos respondía algo que bien sabían nuestros abuelos y vivieron en primera persona: los levantaron los jornaleros con su trabajo y su sudor. Para nosotros, hoy, está claro que nuestro paisaje fue forjado por generaciones de hombres y mujeres trabajadoras del campo que nunca vieron sus nombres en ninguna escritura de propiedad. Mujeres y hombres que forjaron nuestro destino muy por encima del capricho de los señoritos del campo. Y por eso cuando Miguel les preguntaba “¿de quién, de quién son estos olivos?”, quizá no estaban seguros de su respuesta, pero sus manos callosas, las rodillas y la espalda ajadas y los dedos cuarteados guardaban una respuesta secular. La tierra era nuestra, suya y de aquel, como cantaba revolucionariamente Víctor Jara.

    Y revolucionario habría sido reconocer en su conjunto el Paisaje del Olivar como Patrimonio Mundial de la Unesco. Inexplicablemente, después de años de trabajo, el Comité ha decidido retirar la candidatura, que más que previsiblemente sería aprobada en 2025. Una candidatura que podría haber sido mejor explicada a nuestros vecinos de La Campiña, pero que incomprensiblemente dejaba fuera a espacios tan importantes como La Loma, el olivar serrano o los Paisajes Mineros de nuestra provincia, todos ellos hoy salpicados de olivos y que, sin duda, ayudan a entender mejor nuestra provincia. Revolucionario es leer a Miguel Hernández. Revolucionario y comprometido hubiese sido entenderlo y hacerle caso... sin excusas ni justificaciones.

    DANIEL CAMPOS LÓPEZ / Linares

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