Andaluces de Jaén

    20 mar 2024 / 08:58 H.
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    Este martes, 19 de marzo, celebramos los jiennenses el Día de la Provincia. Una jornada que debería de servir para reflexionar. Pero, ¿por qué hay que pensar un día de fiesta? Pues que esta tierra atesora cientos de encantos repartidos entre sus 97 municipios junto con sus pedanías. Aquellos que hemos asistido un año más a la Feria de los Pueblos, nos seguimos sorprendiendo de los atractivos con los que cuenta la provincia de Jaén. El evento aflora patrimonio, cultura y naturaleza. Bien es cierto que, también, es un lugar magnífico para promocionar las tradiciones y, desde luego, la gastronomía. Es un fantástico escaparate donde el sector de la alimentación, de nuestros pueblos y ciudades, ofrece exquisiteces. Y, también, merece una especial mención la red de empresas profesionales que trabajan todos los días con los turistas. Plantearse recorrer cada rincón de la geografía provincial no es ninguna locura. Por lo tanto, buceemos y conozcamos, en este inmenso mar de olivos, el paraíso interior. Con toda seguridad nos vamos a maravillar. Y, ya de paso, como no podía ser de otra manera, felicitar a aquellas personas que celebran hoy el día de San José y, desde luego, al sector de los carpinteros que festejan al patrón. Y, no puedo olvidarme de Mancha Real, que durante el pasado fin de semana vivió a lo grande una de las fiestas más bonitas; y donde un año más, y ya son cuarenta ediciones, ardió su famosa Falla, la única de Andalucía. Por lo tanto, que este día suene el Himno oficial de la provincia, “Andaluces de Jaén”, del poeta y dramaturgo Miguel Hernández. En definitiva, que la jornada de hoy sirva para poner en valor todo lo que salvaguarda y custodia Jaén.

    JUAN LIÉBANA / JAÉN

    Desarrollo humano

    Creo que confiamos demasiado en los sistemas de producción y poco, por no decir nada, en las personas; fruto de una neurótica torpeza, cuestión que nos encamina a derribar la sensatez, el juicio natural que todos llevamos innato. Lo verdaderamente cruel de esta situación absurda es que está ahí, en cualquiera de los continentes del mundo; a pesar de que se nos llena la boca, en favor de un desarrollo verdaderamente humano e integral. Para desgracia de todos, no solemos pasar de las bellas palabras a la acción, quizás por falta de valor y valentía, unido al déficit de ética, que nos deja empedrado el corazón a diario. Bajo este hábitat corrompido, la incertidumbre que gobierna debe inquietarnos, pero la acción de brazos cruzados ha de avergonzarnos. La respuesta tiene que surgir y resurgir incesantemente, como fruto del amor y de la inagotable sed de justicia que padecemos. No hemos aprendido, por consiguiente, a respetarnos. Posiblemente nos merezcamos otras consideraciones más equitativas y no los venenos de la desilusión. Encerrándonos en nuestro egoísmo, apagamos la llama del entusiasmo, encendemos la niebla del pesimismo y la bruma de la resignación. Difícil atmósfera para continuar los pasos por este orbe de todos y de nadie en particular, que requiere cuanto antes la vacuna de la familiaridad entre análogos, para proseguir por el camino de lo sistémico, lleno de posibilidades, pero vacío de miradas a través de las gafas correctas. Urge la intervención de toda la especie humana, con visión de hogar y con revisión de pulso. El fracaso de la reacción colectiva para avanzar en la acción está ahí, en el patio de vecinos, a la espera de que tomemos el compromiso de hacer y de rehacer aquello que obstaculiza el desarrollo humano, como son las tremendas desigualdades, lo que acrecienta la polarización y erosiona la confianza entre las personas y las instituciones en todo el planeta. Las soluciones a los problemas globales están al alcance, rediseñando un espíritu cooperante verdaderamente comprometido y solidario. Quizás tengamos que llenarnos de energías que hagan germinar frutos donantes en favor de un orbe fraterno; lo que conlleva una biografía bien realizada y mejor vivida. Lo importante es vincularse y no desvincularse de nada ni de nadie. La concordia es la salida a todas las crisis actuales y, sin embargo, es lo que más nos falta. No podemos continuar en guerra, enfrentados y divididos, tenemos que fomentar los sueños, activar otros espacios de confianza plena, en todo lo que la humanidad puede conseguir. Indudablemente, debemos acoger nuestros latidos conjuntos, vadeando las diferencias y bordeando los sentimientos, con soplo de recepción y hálito de entendimiento. Dejemos aquello que nos envenena, como puede ser el odio y la discriminación, y tomemos como vía de entusiasmo el hacer y el dejar hacer socialmente. Con alegría la vida sabe mejor y tomándola en sentido responsable, pero con confianza, se sobrelleva todo. Tal vez tengamos que acogernos y recogernos recíprocamente, interrogarnos hacia dónde se está encaminando o hacia dónde nos estamos dejando llevar. Si el problema de la deshumanización es sustancialmente una confusión en el vocablo de amor, la cuestión del desarme es una contrariedad más en el término de la confianza recíproca. Es pues indispensable, si se quiere dar pasos decisivos en el cambio, encontrar tonos y timbres verdaderos, que injerten equilibrio en actuaciones y serenidad en los pasos. Por ello, hemos de poner fin a la era de la polarización para dar comienzo al momento de lo armónico, pues cada savia es la nuestra y la verdadera savia de cada uno es la de todos. Sea como fuere, cualquier situación de amenaza alienta el terror y alimenta la desconfianza, aumenta la fragilidad de las relaciones y el riesgo de violencia, en un círculo vicioso que jamás puede reconducir a nada bueno. Ante esta realidad bochornosa, considero que la solución a esta ambiente inhumano pasa por acogernos y por recoger lenguajes de fidelidad entre análogos. Realmente, sólo eligiendo la ruta de la consideración hacia toda subsistencia, será posible romper la espiral de venganza y emprender el camino de la esperanza, mejorando la hospitalidad y reparando el universo de la arrogancia e indiferencia. Después, sin fronteras ni frentes, pongámonos en camino; hagámoslo fusionados, deseosos de que la certeza nos una más allá de las diferencias.

    VÍCTOR CÓRCOBA HERRERO

    Veinte años de aquel 11M

    Veinte años han pasado de aquellos brutales atentados en Madrid, de dolor, de solidaridad y de unión de todo un país... Pero también de esa infame mentira de un Gobierno que no quiso soltar su sillón ni responsabilizarse de sus soberbias decisiones, como el meternos en una guerra que la ciudadanía rechazábamos, como ahora rechazamos la compraventa de armas a Israel y ese genocidio. Después de perder las elecciones y sin reconocer sus actos —todavía su líder no lo asume—, persistieron como niños malcriados en su embuste. Lanzaron a varios de sus voceros que no pararon de calumniar y difamar: uno desde la radio de los obispos, otro desde su editorial. Emplearon esa nueva peste que es el “bulo” y que ahora está tan de moda desde la pandemia. Esas víctimas aún las veo en las residencias explotadas por especuladores, en las 7.291 muertes por el Protocolo de la Vergüenza o aquellas sin poder obtener adecuadas mascarillas mientras otros se enriquecían impunemente. Pero también veo profesionales que se jugaron mucho por ejercer su profesión: Zarza-lejos, Cintora, Julian Assange, Pablo González...

    JORGE DE ABAJO BEDMAR

    Cartas de los Lectores