Nada romántico

08 mar 2024 / 10:29 H.
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Como en las canciones románticas, el tiempo pasa y a un otoño sucede el invierno, al invierno la primavera y así sucesivamente. La existencia no se repite. Los ciclos indican que hay algo que coincide en nuestras aficiones, por qué vamos muriendo o naciendo, y asistimos perplejos cada mañana al espectáculo del amanecer. No olvidemos que el perro que pasa por la esquina a las cinco de la tarde no será el mismo que pasa mañana a la misma hora por el mismo sitio. Los ciclos marcan pautas nada más. La vida no es sueño ni el mundo es un teatro... Ya se huele la templanza y, aunque no ha caído el agua necesaria para que esta bendita tierra nos regale litros y litros de oro verde en la próxima cosecha, a poco que llueva estaremos en una media más o menos aceptable. El año agrícola necesita 600 litros —aproximadamente— por metro cuadrado para asegurar producción, y por el momento las precipitaciones han arrojado un balance alrededor de 350. Teniendo en cuenta la escasez y sequía acumuladas, hacen falta al menos 1000 litros para que se le empiece a apreciar el color al asunto. En fin, vamos a ver qué nos regalan las nubes. Mientras tanto, mientras miramos al cielo con la esperanza de que la lluvia lave ríos, calles, campos, jardines, plazas, huertas, azoteas y arrabales, las cosas mantienen alocadamente su desatino y las personas continúan su itinerario individual hacia el absurdo, sin que haya una manera de atajar o cortar por lo sano esta deriva estúpida hacia el absurdo con mayúsculas. Flecos por alisar del neoliberalismo y lucha de poderes. Desde la guerra en Ucrania, alimentada por las potencias extranjeras, incluida la UE y sobre todo EE UU, contra Putin, el imperialismo ruso y lo que representa su influencia en la zona, hasta el caso Koldo, quien pasó de ser egregio cortador de troncos y portero de prostíbulos y antros, condenado e indultado por el gobierno de Aznar, a asesor en el Ministerio de Fomento y más tarde consejero de Renfe y vocal del Consejo Rector de Puertos del Estado. Desde la masacre inhumana en Palestina, en la que Occidente mira hacia otro lado y donde cada día las noticias no pueden ser más repugnantes, hasta el desastre ecológico del planeta, que camina de forma irremediable hacia el colapso y la extinción de la humanidad. Nada romántico, como puede observarse, si no fuera porque hay todavía gente con ganas de hacer el bien, gente que merece la pena y que no ha perdido la esperanza, como aquella que mira al cielo y ruega que llueva café en el campo. Ojalá. Gente que posee en su corazón razones para apostar por lo público y lo colectivo, que no se mueve solo por dinero, que se conforma estoicamente con la felicidad de su rincón, de su casa pequeña y ordenada, de sus flores en el balcón o en el patio, de esos detalles que hacen que vayamos hacia adelante sin estar mirando hacia atrás, con ilusión y renovadas fuerzas. Nada romántico si el romanticismo significa azúcar procesada, en tiempos de imposturas, influencers y fake news. Porque a pesar de la estupefacción y la rareza de estar vivos, a pesar de que estemos de vuelta de todo y no nos creamos ya nada, de tanto sucedáneo y gualdrapa, unas palabras de amor, unas pocas solamente, todavía nos siguen sosteniendo. Unas pocas. Sin pretensiones y sin exageraciones. Sin grandes promesas ni juramentos. Las palabras de amor que sostienen al mundo.

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