Miedo a la guerra

14 abr 2024 / 09:40 H.
Ver comentarios

La guerra asoma terrible desde la Rusia dolorida que ignora a Dostoyevski. El veterano periodista Félix Madero ha repetido desde los micrófonos de Onda Madrid una frase que leyó hace años: “No sabemos cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se hará con piedras y palos”. Y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, acaba de alertar de que “la humanidad no puede sobrevivir a una secuela de la película ‘Oppenheimer’”. Europa se rearma y celebra el 75 aniversario de la OTAN como si fuera el cumpleaños del abuelo, con una mueca de sonrisa rasgada en el rostro de los dirigentes europeos, mueca que vaticina que el abuelo va a morir, que puede morir. Donald Tusk, primer ministro de Polonia, insiste en una idea inquietante: “Estamos en una época de preguerra”. Y la ministra española de Defensa, Margarita Robles, habla de “una amenaza de guerra total y absoluta”, y advierte “de que no somos conscientes del enorme peligro existente en estos momentos”. Vladimir Putin alardea de cristianismo y se santigua para las televisiones, mientras los ucranianos lloran por la sangre derramada. Netanyahu dice sufrir por el recuerdo del Holocausto, pero practica en Gaza algo horriblemente semejante. Estamos viviendo una ‘putinización’ de Israel, es decir, de los políticos de Israel, porque las guerras las montan los políticos, no los pueblos. Putin, sí, puede ganar la guerra a Zelenski. Y Trump quizás alcance de nuevo tras las elecciones de noviembre la presidencia de los Estados Unidos. Europa vive un escenario de guerra desconocido desde los años 80, con aquella mirada fría de Brézhnev hacia Occidente desde un rincón oscuro del Kremlim, sentado sobre un trono de comunismo mal interpretado, cuando Haro Tecglen advertía en sus irrepetibles artículos que la guerra mundial parecía inevitable, y ahora volvemos silenciosamente a esa amenaza horrible, de manera casi inadvertida, mientras el personal comenta la desvergüenza (o no) del piso del novio de Díaz Ayuso, o la última peripecia supuestamente sucia maquinada desde debajo de la calva de Rubiales. Pero hasta el joven escritor jiennense David Uclés, que ha publicado la novela “La península de las casas vacías”, ha dejado caer en una entrevista: “No me extrañaría una futura guerra civil en España”.

Lo escribió Francisco Umbral: “Hay que hacer la paz aunque nos cueste un huevo”. Las guerras no son como en las películas, donde el horror está barnizado de épica con música de fondo y en la sala cinematográfica huele a palomitas y a colonia de fin de semana, porque la batalla real hiede a tripas putrefactas, e igual sucede con la muerte, que en la realidad no se parece al cine, porque resulta más cruel y hermosa. Los países se rearman ante el discurso bélico de numerosos dirigentes políticos, y esa carrera armamentística supone un atajo hacia la guerra, porque las armas están para usarlas y los discursos para incendiar el ánimo. Putin es ya la estatua de piedra que le esculpirán en la Plaza Roja de Moscú, por lo que no le importa matar o que lo maten. Putin habita en un sueño macabro, pero revivir la URSS es imposible. En los asuntos internacionales se sabe cómo se empieza pero es difícil predecir cómo se acaba. Europa se ha ubicado en un escenario de guerra. Pero esta mañana descorro temprano las cortinas, aparece un amanecer maravilloso, me preparo para leer el libro que compila las crónicas periodísticas de Rosa Montero, “Cuentos verdaderos”, y no hay guerra hoy sábado.

Articulistas