La sencillez

Son tan numerosas las acepciones de la palabra sencillez, que me quedo hoy con la referida al estilo en el lenguaje: “Que carece de exornación y artificio, y expresa ingenua y naturalmente los conceptos”. Cuando se inicia la afición a escribir, casi siempre se cae en la trampa de usar palabras y frases muy bonitas, galantes, sonoras y rebuscadas, que emboban al lector y al oyente. Y no pasa mucho tiempo para darse cuenta de que este uso desmesurado es insustancial y engreído. Muchas veces lo recordamos y comprobamos que el plano de contenido es vacuo e intrascendente. Todo se compone y se presenta en el plano de expresión.

Partiendo de lo expuesto, se desemboca, inevitablemente, en recordar aquellas corrientes literarias de nuestros manuales de Historia de la Literatura. Como estarán pensando, me refiero al Culteranismo y al Conceptismo. Y antes de proseguir, recalcar que en ambas corrientes hubo grandes, muy grandes escritores.

En el Culteranismo se busca el uso y la abundancia de calificativos y palabras muy cultas y novedosas, procedentes, a veces, de otros idiomas, para conseguir un lenguaje pleno de recursos literarios (metáforas, comparaciones, hipérbatos, imágenes...), y una sintaxis compleja y poco entendible. En el Conceptismo, se pretende una concreción exacta en la expresión, que concentre el máximo significado en las menores palabras posibles.

Pues digo, y lo siento, que ni tanto ni tan calvo. Acaso, por esto, admiro al poeta Pedro Salinas y al prosista José Martínez Ruiz “Azorín”.

Donde se ponga un escrito asequible y simple, que se quede lo ampuloso bien aparcado. Si el lenguaje es un medio de expresión para que los demás te entiendan, no hay que olvidar la naturalidad y la llaneza. Y no creamos que esto es fácil; hay que jugar con lo espontáneo y lo elemental, con la discreción y lo posible. No sé si la lucidez mental tiene algo que ver con la locución, pero, en cualquier caso, la brillantez expresiva reluce más si viene adornada de austeridad.