La rubia, la gorda y la seria

    19 abr 2024 / 10:44 H.
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    El cura tronaba desde el púlpito contra quiénes habían sucumbido al vicio de la concupiscencia. Las visitas se concertaban ordenadamente, con reserva. La casa azul había abierto en un discreto recodo del camino que lleva al mar. La llegada de “la rubia, la gorda y la seria” fue acontecimiento celebrado. El párroco sin embargo tornaba a lo apocalíptico. Las mujeres se miraban unas a otras, intercambiaban entre sí gestos y sonrisas aprobatorias, asintiendo discretamente. Los hombres pensaban que las tres recién llegadas, la rubia, la gorda y la seria, prestaban servicio de estricta necesidad y urgencia ¿Solo pecan ellas? ¿Acaso no pecan quienes consuman graciosamente, por afición y gusto? Los hombres comprendían al cura. Tenía que reprenderlos por oficio, porque estaba mal, por las prácticas contra natura, porque transmitían enfermedades vergonzosas a sus castas esposas, y a veces la ruina económica. Pero al presbítero inquietaba bastante más que Julita, la viuda de don Olegario, cuyo retrato menudeaba por toda la casa, se retrasara en abrir las ventanas, en airear las estancias del olor a tabaco y del recio tufo de hombre, antes que las costureras llegaran y se agarraran a la faena.

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