El fracaso escolar

    15 abr 2024 / 09:45 H.
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    Van pasando los años como ovejas que pacen tranquilamente en la pradera con un rumiar monótono sin preocupación por el instante del después. Pasan como nubes que se deslizan suavemente sobre nuestras cabezas sin que alcemos la vista para vigilarlas. Solo cuando oscurece miramos al cielo, solo si amenaza lluvia nos preocupan las nubes. A la mayoría nos sorprende el aguacero y lamentamos no haber salido con el paraguas entre los dedos.

    Eso mismo nos ha sucedido con la educación, llevo tantos años trabajando como docente que me da vértigo mencionarlos, he visto tantos cambios en el sistema educativo que me ha costado seguir el ritmo a la normativa. Antes de que terminase de implantarse una ley ya se estaba debatiendo la aprobación de la siguiente. Desde la Ley General de Educación de 1970 que se mantuvo vigente hasta la década de los 90, hasta la LOMLOE que se aprobó en 2020 y cuya implantación finaliza en el presente curso escolar; ha habido cinco Leyes Orgánicas de Educación en nuestro país.

    Así es imposible que un país pueda avanzar, pues para implantar una Ley educativa con un mínimo de garantías se necesita tiempo y dotación económica. Tiempo para su introducción paso a paso, sin prisas para corregir cualquier inconveniente que pueda surgir en el camino, ofreciendo a los docentes herramientas que les permitan afrontar los nuevos retos y exigencias que se les plantean en la nueva normativa; pero también es fundamental una gran inversión económica para aportar los medios materiales y humanos que en todo cambio se requiere.

    Bajo mi punto de vista, a lo largo de estos años, no se ha cumplido ni una cosa ni la otra y así nos va. Según un informe de Eurostat, en 2020, el 16% de los jóvenes españoles entre 18 y 24 años no habían completado la enseñanza obligatoria. Esto sitúa a España en el segundo lugar en abandono escolar dentro de la Unión Europea, solo superado por Malta; y esto supone un rotundo fracaso, no solo de nuestro sistema educativo, sino de la sociedad en general. Por un lado, los partidos políticos que no son capaces de consensuar una Ley Educativa libre de ideario político, por otro la ausencia de normas en la mayoría de los hogares y finalmente la pérdida del respeto y autoridad de los docentes.

    Por supuesto que no todos los tipos de fracaso escolar son iguales, uno se produce en los primeros cursos de escolarización y se suele detectar por un bajo rendimiento, falta de atención o incluso un estancamiento con respecto a sus compañeros/as. Este tipo de fracaso se puede solucionar siguiendo unas instrucciones sencillas del especialista. El otro suele aparecer en los últimos cursos de Primaria y especialmente en los primeros cursos de la ESO, coincidiendo con la pre- y la adolescencia, cuando despierta esa rebeldía feroz, esa exigencia continua de derechos, ese “escaqueo” permanente de las obligaciones. Es este último el más preocupante porque si no se ataja a tiempo puede conducir a: problemas graves de conducta, repetición de curso, abandono de los estudios e incluso dificultades para encontrar un trabajo en el futuro.

    Es obligación de familias y docentes ponerse de acuerdo en unas normas básicas de conducta y hábitos que ayuden a los menores a superar esta etapa. Unir fuerzas nunca fue tan necesario porque si se supera con éxito la etapa de escolarización obligatoria se abre un gran abanico de posibilidades para el futuro. Familias y docentes debemos poner a prueba nuestra autoridad, entendida como el establecimiento de normas y supervisar su cumplimiento. Entramos en un proceso de tira y afloja en el que es fundamental no soltar el cabo porque si lo hacemos corremos el riesgo de naufragar y estarán de acuerdo conmigo en que nos jugamos demasiado ya que los adolescentes de hoy serán los adultos del mañana.

    Tal vez hemos cometido el error de borrar con demasiado ímpetu la línea de la autoridad y se pone al mismo nivel al padre y madre que al hijo/a; al docente que al alumnado, al médico que al paciente, al policía que al ladrón, al juez que al delincuente. Así es difícil que los menores quieran convertirse en personas responsables, trabajadoras y serias. Así es difícil que la cultura del esfuerzo sobreviva.

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