Acabamos de celebrar con orgullo el Día de Andalucía, orgullosos de su historia, de su cultura de sus tradiciones... y de su acento. Agradezco a mi madre haberme parido en Andalucía, donde aún se da los buenos días, donde la amistad es lo primero, porque aquí en mi Andalucía no existen los forasteros. Y tras mi reivindicación se esconde mi enojo, porque me hierve la sangre, me cansa la mofa constante a Andalucía y a los andaluces por su acento, en España existe una amplia diversidad de acentos y dialectos que enriquecen nuestra cultura, para que alguna analfabeta, a pesar de ser profesora, se digne a decirle a una madre andaluza ahora residente en la capital de España que: “por favor, en casa, hablemos normal” y en las notas de su hija pequeña resalta: “Dificultades del habla: seseo”. ¡Como si hablar andaluz estuviera castigado! ¡Pues perdonen pero el seseo está admitido en la RAE, y el laísmo no es correcto! Yo solo le digo a personas como ésta que tenemos un idioma que cualquiera puede hablar, porque las buenas personas se entienden con la “mirá”, y que estoy muy orgullosa de llevar en mi acento la historia de mis padres y de sus abuelos, porque: “Nosotros no hablamos un mal castellano, hablamos un perfecto andaluz’’.
