Distopías ¿descartadas?

05 may 2024 / 09:13 H.
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Reuniéndose una tarde Bradbury, Orwell y Huxley allá en el cielo de los distópicos, al amparo de una nebulosa radiante, y decidieron instaurar las bases para una obra conjunta que aunara sus ideas sobre esos estados del hombre en los que la fantasía se alía con el tiempo para dar a luz regímenes políticos abonados a la aberración, a la metamorfosis de lo cotidianamente aceptable en zafia dictadura, algo que ya habían tratado antes en sus novelas.

La primera idea podría ser un gobierno formado por gentes sin preparación salvo el adiestramiento ideológico y el culto ciego al líder acompañados de seguidores desprovistos de crítica y sentido común dispuestos a digerir con alegría todas y cada una de las propuestas del líder sin discusión a pesar de plantear algo y su contrario sin apenas intervalo. El líder estaría rodeado de gentes de absoluta lealtad basada en su propia irrelevancia, incluso económica, fuera del poder. Así se podría proponer a cajeras, porteros de discoteca u operarios sin estudios para ocupar asesorías variadas, ministerios u otros puestos dotados con abundante remuneración que les hiciera aferrarse al cargo y no cuestionar la verdad oficial.

Por otro lado, como en todo Estado por muy distópico que sea, o quizá por eso, hay disidentes, en ocasiones dotados de feroces métodos para subvertir la constitucionalidad, se podría —dijeron— instaurar un sistema para que los propios delincuentes tuvieran la potestad de diseñar leyes de amnistía que les auto-exculparan de todas sus fechorías y así seguir incidiendo sin ninguna traba en su lucha contra la legalidad vigente, incluso con orgullo de delinquir.

¿No os parece que en ese Estado podrían levantarse algunas instituciones ya que esas leyes que, antes de proteger a la ciudadanía, darían alas a los delincuentes?, — apuntó Bradbury.

—No te preocupes, dijeron a la vez Orwell y Huxley. El gobierno ya se habría encargado de copar las instituciones, altos tribunales, fiscalía, etc. con gentes a su servicio para controlar todos los resortes y diseñar la realidad a su gusto y manera. La literatura es así. Además, podríamos blanquear incluso a terroristas y asimilados como si fueran partidos progresistas. Todo ello tras una labor de borrado de la memoria de las generaciones jóvenes.

¿Y si añadimos que un presidente que, acosado por corrupciones varias, decide retirarse para meditar si dimite o no? Buena jugada, dijo Orwell. Así podemos incluir de nuevo manifestaciones de adhesión inquebrantable al líder, muy propias de dictaduras distópicas, para ser aclamado y volver como el salvador de la democracia.

— ¿Quién va a creer que unos ciudadanos sensatos permitirían todas esas ideas que estamos barajando? Aplaudir hoy un tema y mañana el contrario no parece propio de gentes con sentido crítico, dijo Orwell.

—Y nadie permitiría que los propios bandidos hicieran las leyes que les perdonen el delito y que quede borrado de los registros, añadió Huxley. Parece que esta tarde no hemos avanzado mucho. Estas ideas son descabelladas y no serían creíbles ni en una de nuestras famosas distopías.

Pero Bradbury, muy dado a la fantasía, afirmó tajante mirando a Orwell: ¿Estáis seguros? Creo que nuestra propuesta podría tener éxito. De hecho, creo que, si os fijáis ahí abajo, ya tenemos alumnos muy aventajados.

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