Cretinos digitales

    27 abr 2024 / 09:27 H.
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    Para acabar con los “cretinos digitales” suele abogarse por “más libros y menos pantallas”. De hecho, así se titula el libro de M. Desmurget que acaba de publicarse. Leer, siempre se ha dicho, es la base que “nos permite desarrollar un lenguaje avanzado y construir el pensamiento complejo”. Copio literalmente sus palabras para incidir en ese mantra que tantas veces repetimos los docentes, aunque chocamos con el mundo digital, quizá más adictivo si no se plantea un adecuado aprendizaje desde el terreno familiar y escolar. Con cierta desazón debemos aceptar que se tiende a leer menos en edades en las que se presenta como imprescindible. Miedo da enfrentarse a los porcentajes de lectura de estudios como el PISA. Transcribo lo publicado recientemente al respecto: En España, “el 75% de los alumnos de 13 años de secundaria no pasan del nivel “básico”, que como mucho les permite comprender enunciados sencillos y explícitos; el 51% tienen incluso un nivel “bajo” y dificultades con los textos más básicos. Solo el 5% de los lectores son “avanzados”, capaces de identificar y resumir las ideas implícitas en un texto no trivial”.

    Curiosamente, sin embargo, se afirma en determinados círculos que nunca se ha leído tanto como ahora y que ello se debe a internet. Afirmación que solo convence a los convencidos, frase que se adjudica a distintos autores según la red que consultemos y he ahí otro de los grandes problemas: la fiabilidad de la mucha —o poca— “lectura “que puebla el universo virtual. Por mucho que nos empeñemos es la exposición a la palabra escrita el proceso que nos permite avanzar en cuanto a la construcción del pensamiento como ya avanzábamos antes. A más lectura, más cultura. Y no solo eso. Se impulsa la imaginación, la creatividad, la capacidad de expresión en todos sus aspectos e incluso se genera un avance en el coeficiente intelectual, en suma, en la inteligencia, aportando al lector la capacidad de estructurar habilidades emocionales, sociales, etc. No es comparable el proceso de ver una película cualquiera que leer el libro en que está basada. Y no hablamos de cualidades técnicas ni de las bondades de la imagen. Leer permite generar escenarios, interaccionar con la propia “mente” del personaje y, por tanto, comprender sus acciones de acuerdo con nuestra forma de ser y no con la que presenta un guion filmado.

    La lectura es un auténtico “simulador emocional” en palabras de quienes la investigan. Afirman, y ello es particularmente asombroso, que las experiencias o situaciones que vivimos realmente y aquellas que hacemos nuestras leyendo nos producen el mismo tipo de activación cerebral. Ese proceso hace que un lector, un buen lector, sea capaz de enfrentarse con un mayor grado de empatía y de comprensión a su entorno.

    El hecho de que la lectura genere tal cantidad de beneficios la ha hecho “abominable” para algunas parcelas de poder. Solo hay que recordar las quemas de libros en la Alemania nazi. Aterra pensar en la frase de Hitler diciendo que “La literatura es veneno para el pueblo”. Pero no solo el fuego es capaz de anular el conocimiento, el pensamiento crítico, el ansia de libertad. Hay otra frase terrible, esta vez de Ray Bradbury, autor de una de las obras clave en este tipo de planteamientos, Fahrenheit 451; “No hay que quemar libros para destruir una cultura. Basta con conseguir que la gente deje de leerlos”.

    Evitemos esa pléyade de cretinos digitales a que puede llevarnos el abandono de la lectura. Y hagámoslo desde la escuela, pero también y quizá especialmente, desde el ámbito familiar. Leer de forma compartida es un excelente método de avance en la formación del hábito lector. El hogar, la invitación a la lectura desde temprana edad, es el escenario perfecto para conseguir un ciudadano, una persona, con sentido crítico, mirada libre y espíritu abierto. Leamos a menudo con nuestros hijos y, por ejemplo, vayamos juntos a la Biblioteca. Procuremos que amen los libros. Su futuro, y el nuestro, pueden depender de ello.

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