Cierra Marlborough

    22 abr 2024 / 09:30 H.
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    El horizonte del arte internacional, sensible a la cultura de Occidente, se conmovía con algo, paradójicamente, ya esperado. El pasado día 3 de abril la prensa anunciaba el cierre de la acreditada Galería Marlborough, cuya fundación había tenido lugar en el Londres de 1946 por Fran Lloyd y Harry Fischer. Dos inmigrantes austriacos integrados en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos acordaron dedicarse a gestionar obras de pintores europeos del siglo XIX, entre quienes figuraron una nómina importante de los impresionistas franceses, por aquellas calendas ya muy considerados en el panorama neoyorkino y, en consecuencia, no fáciles de conseguir para un mercado que aún permanecía adscrito a la ética de valorar la obra de arte de modo acorde con su intrínseca realidad. Años difíciles para tal fin, pues la nómina de personas norteamericanas que durante las décadas precedentes habían viajado a Europa, lograron trasladar a su continente cantidades ingentes de pinturas y esculturas que, principalmente desde París, viajaron hacia una Norteamérica ávida de arte de muy buen porte, pero también de meras copias firmadas como originales. De aquí, la siguiente aseveración de un marchán posterior y, desde luego, puesto al día: “de los mil cuadros que pinto Utrillo, hay más de dos mil en Estados Unidos”. Las principales casas de subastas europeas tampoco encontraban su campo de acción suficientemente abonado con obras de contrastado valor para desarrollar su lógica de mercado. En fin, un horizonte que anunciaba un paradigma estético y mercantil, cuyo alimento precisaba de una nueva mirada y, por consiguiente, de una estética plural de la que también, y entre otras cosas, resultarían beneficiados movimientos como el de la llamada Escuela de Nueva York, cuyos componentes más destacados no tardarían en figurar en la nómina de, a la sazón, ya muy pujante galería Marlborough.

    Obviamente, la línea de la firma no tardaría en cambiar su andadura pictórica en favor de estéticas como la de los expresionistas alemanes y, enseguida, algunas firmas del expresionismo abstracto neoyorquino, pero también de otros movimientos de pulso moderno y contemporáneo que sumaron prestigio y singularidad a la galería londinense. Sin duda, una de las firmas más importantes durante la segunda mitad del pasado siglo y cuantos años van del presente en curso; con sedes en Nueva York, Londres y dos en España: Barcelona y Madrid, esta inaugurada en 1992 con una gran exposición de formato retrospectivo dedicada al artista británico Francis Bacon, fallecido unos meses antes en la citada ciudad española, concretamente, el 28 de abril de 1992. Desde entonces, la visita a sus amplísimos espacios, diseñados por un arquitecto norteamericano en la Calle Orfila, eran de obligada cita para cuantas personas acudíamos a Madrid, sensibles al arte. Sí, en la aun sede de Marlborough, no era infrecuente encontrar exposiciones de más que alto voltaje dentro del arte mejor acreditado y acunado mundo adelante. Igualmente ha venido acaeciendo con las sucesivas ediciones de ARCO en las que el stand de la mítica firma londinense ha venido registrando uno de los mayores números de asistentes en cuanto hace a los diferentes espacios de la feria de arte internacional. Personas afines a un discurso de una línea estética, muy amplia por otra parte, en el que caben poéticas que van de la abstracción matérica de Lucio Muñoz (artista que tras su óbito ha seguido gestionando la referida galería) al naturalismo de vocación realista cultivado por Antonio López. Por cierto, uno de la media docena de artistas españoles que el cierre de la sala deja sin marchán, cuya clausura, de algún modo, también tiene que ver con el fallecimiento de los artistas más importantes dentro de los que el citado centro ha venido representando en exclusividad: Claudio Bravo, Francis Bacon, Lucian Freud, la portuguesa Paula Rego y, claro es, los ya más de los nueve decenios del pintor alemán y nacionalidad inglesa Frank Auerbach.

    Con todo, no es menos cierto que en paralelo con la obra de caballete, en cuya oxigenación y difusión ha participado Marlborough, circula un concepto de obra de arte afín a un nuevo mercado internacional, cuyas altísimas cotizaciones en subastas se pacta en centros financieros que tienen que ver con lugares como Wall Street. Hecho, por lo demás, del que, de modo premonitorio, dio cuenta Octavio Paz en fechas en las que la obra de arte era realizada en estudios o pequeños talleres. Ajena, por tanto, al acabado de factoría, tal y como acaece hoy con obras deudoras con el “Orinal” duchampiano, cuya deriva conceptual podemos observar en “My Bed”. Una cama desordenada de la artista británica Trance y Emin fechada en 1999 vendida en dos millones de dólares.

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