Afianzar la democracia

27 mar 2024 / 08:40 H.
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Lo mismo que los ateos se volvían cristianos en los campos de batalla, en los tiempos que corren hay que acercar la política a la ciudadanía para que el pueblo no se vuelva invisible. A raíz de la crisis institucional que existe, tomo la palabra para analizar el deterioro creciente que afecta al Parlamento y al Estado de Derecho. Urge la renovación del sistema electoral para redefinir la acumulación de cargos y la limitación de mandatos. Analizar las graves consecuencias de la polarización, la justicia, la crisis de autoridad, la escuela y sanidad públicas. Llamo la atención sobre las diferentes ideologías para que jueguen limpio y no obtengan el poder por artes poco democráticas. Cuando la burbuja inmobiliaria explotó, se tragó, cual boa del cuento, las economías familiares e infinidad de puestos de trabajo. Desde entonces, la digestión de aquella gran recesión, dejó en el aire el pestilente olor de unas “ideologías” obsesionadas por asirse al efecto de gobernar y engendrar un tipo de inercias que incorporaron la sumisión acrítica de las clases populares. Lo que a la postre supuso gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo. Nadie quiso borrar el humus pestilente del ambiente, ni deseó luchar al lado de un pueblo cuya meta se había reducido a sobrevivir a base del dinero de unas subvenciones que llegaban puntuales al bolsillo de unos administradores que arrimaban la sardina a la ascua del sol que más calentaba. Lo único que han conseguido es poner en tela de juicio la independencia de organismos que creíamos a salvo de cualquier corruptela. Se ha echado de menos una normativa legal y de supervisión que luchara con eficacia contra la economía sumergida y la cultura de la evasión de capitales que fue el “rien ne va plus” de un interés corrupto que no tributa impuestos, pero se queda con el dinero de los resignados consumidores.

Hemos asistido a una puesta en escena de una clase política que ha simulado el funcionamiento independiente de organismos como el Tribunal Constitucional, el CGPJ y otras instancias del Estado y ha tomado como rehenes a ciudadanos que lo más cerca que les han permitido estar activos es en las urnas el día de la votación. El barco de la democracia se hunde y parece no afectar a nadie. De ahí la creciente desafección y desconfianza de la ciudadanía con políticos que provocan el descrédito de buen número de instituciones y el desprestigio de partidos que son cómplices directos de lo que está pasando al utilizar la creencia de que la mentira resulta esencial para controlar a las clases populares. La costumbre de pensar para uno mismo impide ver la realidad, solo hay que ver el grado de ignominia que destilan quienes utilizan el poder para beneficio propio. Les da igual el imparable aumento de electores que se vuelven abstencionistas y pasan de la cultura del “ellos o nosotros” o el “tú más”. Anteponer el placer mezquino de gobernar tiende a la destrucción paulatina del sistema democrático y el avance de los extremismos.

¿Hay mayor gesto de cinismo que salir a la escena política a desprestigiar las instituciones democráticas con una sesgada apreciación de las cosas? Necesitamos impulsar una posición crítica con la actual situación, hay que dignificar la política y afianzar la democracia atacada por autocracias que están dejando demasiadas víctimas por un camino de ida del que les será muy difícil volver.

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