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    24 feb 2024 / 10:07 H.
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    Los sociólogos, tan acostumbrados a vernos como cobayas pululando en una sociedad que es capaz de fagocitarse a sí misma, han llegado a afirmar que el nivel de bienestar de un país se mide por la cantidad de cosas que produce para ser necesariamente consumidas. Tan evidente es todo esto que hasta el mayor o menor gasto de papel higiénico es una medida del desconsumo de todo lo consumido, siendo un referente de primer orden sobre el alto nivel de vida que hemos llegado a alcanzar en esta sociedad del “aquímelasdentodas-aquímeloquitantodo” por la que se dejaron el pellejo tantísimos ideólogos de la Utopía. No es casualidad que, en los comienzos de la declaración del estado de alarma por la pandemia, lo primero que comenzó a acaparar todo el mundo fuera precisamente el papel higiénico.

    Como jubilado pluripatológico (el palabro ha salido de la boca de mi apreciado cardiólogo) asisto a la puesta en escena a través de medios de comunicación y redes sociales, de guerras, de crisis económicas y de crisis sanitarias, maquilladas con la crema de la posverdad a base de “fake news” (en español, bulos y noticias falsas). Se está intentando, a todas luces, que fracase todo aquello que nos ha hecho personas, para una vez derribado el sistema social darnos la opción de que nos conformemos con ser cosas que resignadamente aceptan su destino.

    Mi tío Paco Suárez, el hermano menor de mi padre, murió con 81 años en una residencia de mayores en Madrid durante la pandemia, en la que le atendían de sus discapacidades por causa de su edad. Mi tío Paco fue maestro nacional por oposición, después su inquietud lo enroló en el mundo de la dirección de empresas de alimentación andaluzas, en las que preparó y formó a mucha gente. Fue en sus años mozos futbolista y llegó a ser miembro compromisario de la Real Federación de Fútbol. De él aprendí algo que no se me ha olvidado nunca: “No le temas a las brujas, témeles más a los hijos de puta que viven de tus miedos”.

    Mi tío Paco murió solo, asfixiado en su cama de incapacitado. Tres días estuvo muerto en su cama y sólo uno de sus hijos pudo ir a identificarlo. Según parece como iba a morir de todas formas, lo mejor era dejarlo morir. (Es curioso que quien defiende estos argumentos son los mismos que votaron no a la ley de eutanasia y de muerte digna).

    Mi tío Paco se fue de esta vida sin despedirse de los suyos y sin saber que a todos los hijos de puta que administran nuestros miedos les “gusta la fruta” que comen las brujas que ellos alientan.

    Me ocurre últimamente que cada mañana al afeitarme, percibo al mirarme en el espejo la extraña sensación de que quien me mira en él es mi padre. Cada vez me dicen que de mayor me parezco más a él y que tengo su misma mirada. Lo cierto es que lo que percibo frente al espejo es que todo lo que nos está ocurriendo en las últimas crisis y guerras, es un plan establecido que sigue una puntual hoja de ruta para llegar a un objetivo preciso: La devaluación de la sociedad del bienestar y la cosificación de los ciudadanos que la componen. Dado que los mercados especulativos liberales no admiten la devaluación de las principales monedas, no hay otra solución que devaluar el bienestar de la sociedad reduciendo a los ciudadanos a simples cosas sujetas a los algoritmos estadísticos. Es curioso, también en el régimen de esclavitud de la antigua Roma el esclavo era considerado como una mera cosa.

    ¿Y usted de mayor qué quiere ser? —me preguntaban hace algún tiempo—. Pues mire, yo quiero ser más libre, más igualitario, y más fraterno que era ayer a esta misma hora. Más tolerante, más demócrata y menos embustero, de lo que ustedes pretenden enseñarme con su impresentable proceder. Y no me gusta la fruta que le gusta a algunos/as hijos/as de... ¡Algunos somos así de raros y de puñeteros, sin haber acumulado papel higiénico!

    (A los 7.291 tíos Pacos que murieron abandonados en las residencias de Madrid durante la pandemia, de todos hoy me siento sobrino de cada uno de ellos).

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