37,5 horas semanales

    06 feb 2024 / 09:08 H.
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    En el acuerdo de coalición suscrito por los grupos políticos que lo conforman —PSOE y Sumar— se contempla, entre otras medidas de gran calado económico, la reducción de la jornada laboral hasta 37,5 horas semanales; en concreto, se trata de pasar de las actuales 40 horas, a 38,5 en 2024 y 37,5 en 2025. Como en tantos otros temas, el debate está servido y alimentará múltiples comentarios favorables y detractores durante los próximos meses. Tratemos de arrojar alguna luz de manera sosegada. ¿De dónde venimos? Fue en 1919 —hace más de un siglo— cuando se fijó la jornada laboral en 8 horas diarias, aunque a lo largo de seis días por semana, lo que arrojaba un total de 48 horas semanales. En 1983 —hace ya 40 años— se redujo hasta las 40 horas, a razón de 8 diarias, aunque ahora durante 5 días a la semana. Bueno, el que en estos momentos se plantee un nuevo avance en la reducción de la jornada no me parece algo totalmente descabellado, sobre todo teniendo en cuenta que, según la Encuesta de Población Activa (EPA), las horas efectivas que los asalariados trabajan por semana son 35,5 (dos menos que antes de la crisis de 2008). En un horizonte menos cercano ya empieza a vislumbrarse el objetivo de llegar a las 32 horas semanales; es decir, concentrar la jornada en 4 días laborables.

    Para afrontar el tema de la reducción de la jornada es indispensable referirse a la productividad, ya que el incremento de los costes laborales sin un paralelo aumento de la productividad nos llevaría a la pérdida de competitividad de nuestra economía en los ámbitos internacionales, así como a la quiebra de aquellas empresas, principalmente Pymes, que no puedan satisfacer los nuevos costes laborales —mismos salarios y menos horas de trabajo— con sus actuales niveles de productividad. ¿Qué es la productividad? Es la variable que mide la cantidad de producto obtenido con relación a los factores utilizados, siendo éstos tanto el trabajo como el capital. En suma, la productividad depende del trabajo y del capital, cuya eficiencia viene condicionada por la educación, la innovación, las economías de escala, los avances científicos, etcétera. Consecuentemente, la reducción de la jornada laboral sin disminución de los salarios exige mirar a la productividad, al objeto de que los incrementos de costes no vayan en detrimento de la competitividad y de la viabilidad de nuestras empresas.

    La productividad del trabajo, calculada dividiendo el PIB por el total de horas trabajadas, ha crecido en España, según un estudio de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, a una media anual del 0,7 por 100 en lo que va de siglo, frente al 1,1 de la UE o el 1,4 de USA. Asimismo, según Eurostat —la oficina estadística de la UE—, la productividad por hora trabajada se sitúa en España en un índice de 92, sobre una media de la UE de 100, lo que nos coloca muy por detrás de Irlanda (216,5), Dinamarca (140,7), Alemania (121,8) y Francia (117,2), aunque por encima de Serbia (45,4), Grecia (56,9), Polonia (66,5) o Portugal (67,2). Es una constante en todo el mundo, particularmente en la UE, que los países con mayor productividad se puedan permitir jornadas reales de trabajo más reducidas, mientras que en los que la productividad es más débil deben soportarse horarios laborales más amplios.

    Creo que es oportuno empezar a plantearse la reducción de la duración legal de la jornada laboral —la real es inferior, tal y como he señalado—, aunque eso sí, en el marco del diálogo social entre empresas y trabajadores, del que ni unos ni otros deben desertar. Seguramente deberán contemplarse plazos más amplios en algunos sectores que los que la urgencia política impone y, sobre todo, en el segmento de las pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas con reducidos niveles de productividad y que podrían verse abocadas al cierre. Como se puede comprender, no son equiparables el sector de las Tics y el comercio o la hostelería. Reducción de jornada sí, como ya ocurre en algunos segmentos —uncionarios—, pero con diálogo, mesura y adaptación a las exigencias de la productividad.

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