Madre de la mejor madre y Abuela del mejor nieto

Santa Ana y la Virgen Niña colman de bendiciones a los torrecampeños en una jornada de profunda devoción

27 jul 2019 / 11:57 H.

Nueve meses distan desde que Torredelcampo siembra la semilla de su devoción cada año. Siguiendo el tradicional calendario, julio se convierte en un mes de siega y labranza en el que los torrecampeños se reencuentran con la Abuela y la Madre de Dios como durante siglos llevan haciendo. El culmen llegará al punto de la primavera, en el mes de mayo, cuando vuelve a florecer la devoción que suscitan las patronas de tan tradicional e histórica villa.

La comitiva partía a media tarde desde la iglesia parroquial de San Bartolomé, con una plaza colmada de visitantes, no sólo torrecampeños, sino vecinos y devotos venidos de otros muchos municipios de la comarca. La devoción a Santa Ana vibraba en las calles como siempre que se anuncia su fiesta, y como un augurio de la misma, las arboledas que envolvían el itinerario procesional de este año suspiraban al paso de la patrona torrecampeña.

También los cielos vibraban y se vestían de fiesta, blanco y celeste hacían de cúpula en un callejero exhaustivamente engalanado por los jóvenes cofrades del municipio. “Causa de nuestra alegría”, se podía leer en una de las banderas que pendían de la arteria principal del pueblo. Y es que la alegría que crean las imágenes de Santa Ana y la Virgen Niña en torno a sí no está sujeta a duda alguna. Prueba de ello son las muestras de fe que los devotos mostraron de manera insistente durante el desfile procesional. Los “vivas” y las “palmas” llegaban a confundirse entre los sones de la banda municipal, como si de un cántico particular se tratase.

Santa Ana lucía espléndida junto a la Virgen Niña en uno de los palios más especiales del territorio andaluz, trono que había sido sometido a una importante restauración de su orfebrería y una intervención para aligerar el peso de la misma. Flores y cera se quedaban cortas ante el tumulto que perfilaban las calles del entorno de la plaza, donde a la salida, los jóvenes cofrades de las distintas hermandades del municipio ofrecieron una gran petalada a su patrona desde varios edificios, momento de espectacular acogimiento entre los vecinos, y que dio paso a una íntima cita entre la Abuela y la Niña con una joven torrecampeña, Pilar, dedicaba una personal canción desde uno de los balcones colindantes a la plaza del pueblo.

La Plaza de España abrazaba ya los primeros tonos de la noche cuando llegaba la comitiva. “Norte y guía del torrecampeño”, parafraseaba una de las banderas tendidas de la plazoleta, en honor a Junito Valderrama, aquel maestro universal que no quiso pasar su ocasión para dedicar una canción a su patrona. Las calles se recogían ante la noche, y el acompañamiento de los Hermanos Mayores, la familia Alcántara Cano, empezaba a reencontrarse con la imponente silueta del templo.

Los anderos, hombres de fe templada, mecían las promesas de los fieles al compás del sobrecogedor himno que entonaba el pueblo en su caminar. “No dejes de ser la llama en cada hogar y perdona a tus fieles servidores, que con pormesas y empeños, a ti siempre portadores vamos los torrecampeños”. No faltó tampoco la representación de la corporación municipal entre la comitiva, pues para lo que a Torredelcampo supone su seña de identidad, no existen las diferencias de pensamiento. De igual manera los sacerdotes hijos del pueblo no quisieron perder la oportunidad de acompañar en la salida procesional. Algunos de estos, además, habían oficiado la misa durante los días de novena que precedieron la fiesta.

La Madre de la mejor madre y Abuela del mejor nieto regresaba con la luna rendida a los pies de la campiña, con las flores como testigo único de la conversación entre la anciana y la inocente chiquilla que alumbran sus brazos. Y comenzaban a nacer entonces, sin esperarlo, los nueves meses que dan a luz la devoción verdadera.