Donde olivos y pinares forman un mismo paisaje

El municipio se asoma, como un hospitalario balcón, a la maravilla cotidiana del Parque de Cazorla

24 nov 2017 / 09:25 H.

Macaco es un “vecino” muy particular al que los naberos no dejan que lo toque ni el aire. Con tres meses de vida, pasea por todo el pueblo cuando el hambre le aprieta, que, básicamente, es a todas horas. Si por él fuera, ni dormiría si ello le supusiera no dejar de comer toda la noche. Pero no, la gente de Benatae tiene más que claro que después de un atracón, hay que “bajar la comida”, así que le procuran techo y “cama” a su gusto. Macaco, por cierto, es un precioso cerdito que, este año, encarna una vieja tradición desaparecida y, hace dos décadas, recuperada: la de cebar a un gorrino para, por San Antón —el refrán no falla—, sortearlo y dedicar los beneficios a una causa noble, en este caso la iglesia de la Asunción.

Seguir a Macaco por las calles naberas es descubrir un escenario hecho para vivir mejor: siempre huele a campo y cuando no, a chimenea o plato típico; tiene una iglesia singularísima del XV, de aires levantinos, que es toda una excepción —influencia de su adscripción al reino murciano en tiempos de la encomienda—, y una fuente clarísima, que llaman de los Cinco Caños y que, tras someterse a un anhelado proceso de restauración, es uno de los puntos perfectos para el preceptivo “selfie”. Y para cargar alforjas, que el agua que baja de las alturas del pueblo en busca de bocas trae sabor a nube limpia.

En la Plaza de la Constitución empieza su camino, cada día, el eterno emigrante que por más que se aleje, no hay noche que no duerma con Benatae sobre la almohada de su corazón. Allí desde 2010, en forma de estatua del granadino Venancio Sánchez, cuando Diario JAÉN sintió la llamada insoslayable de la villa y, dentro de su programa “12 retos x 12 meses”, se unió a los naberos mucho más allá de su vínculo cotidiano con la información, al formar parte ya incluso de su memoria urbana y sentimental. Justo enfrente, Carlos Navarro, hostelero que hace de la simpatía una costumbre, saluda constantemente al paisanaje, al que sirve con gusto desde el pasado abril, cuando inauguró el local: “Aquí se tapea muy bien, en frío y en caliente” dice, mientras asegura que los andrajos y la carne de monte son sus fuertes. Precisamente varios grupos de cazadores pueblan las mesas de su terraza, que siempre ha sido Benatae amante de esta práctica. “No hemos matado nada, hemos visto ciervos y gorrinos, pero no hemos cazado”, afirman, mientras alivian la decepción alrededor de suculentos platos y apetecibles botellas que cualquiera se llevaría de recuerdo entre los muchos que este municipio de la Sierra de Segura ofrece a quien la pisa.

Macaco sigue su ruta gastronómica por los rincones naberos, por donde corren vaquillas para San Ginés de la Jara; no levanta los ojos del menú del día —el ansia y los gorrinos saben mucho la una del otro—. Y este inolvidable lugar que más que creado parece fruto de un sueño se queda en su sitio, allí donde es bueno saber que, cuando la inquietud y la desazón oprimen, hay un paraíso interior entre la serenidad y la alegría.