Una monja, un todoterreno de la organización y un joven

El dispositivo de atención no se entiende sin la contribución de los voluntarios

05 feb 2019 / 12:25 H.

En mi familia no hay problemas de este tipo, todo lo contrario”, explica Joaquín García García-Férriz, uno de los voluntarios del centro de día de Santa Clara de Cáritas. Tiene 26 años y colabora con la atención a las personas que hacen uso de este recurso de la organización diocesana desde 2017. “Llevaba tiempo con ganas de ayudar y fue una profesora, que me daba clases particulares de italiano, la que me animó a dar el paso”, explica el joven que reconoce que la experiencia es muy buena, le encanta la posibilidad de poder echar una mano a los que tienen mucho menos que él. Le toca la tarea de ayudar a hacer los desayunos, tener abastecido un salón que se llena de nueve a diez de la mañana, en verano y en invierno, y en el que también se dan cenas.

En su turno está mano a mano con una misionera que se llama Isabel Tamayo. Forma parte de una pequeña comunidad, asentada en Jaén, en la que cinco hermanas se dedican al auxilio de las tareas de Cáritas. Llegó de Perú, donde fue misionera, y se dio cuenta de que en la capital jiennense, en el sur del “primer mundo”, que es Europa, también viven seres humanos que pasan fatigas, y no pocas. Con ellos está Manuel Morillas que, además de un veterano en estas lides es un todo terreno. “Comencé en 1997, cuando se inauguró el banco de alimentos, pero el que abrió Cáritas, no la fundación”, recuerda. En esta andadura fue miembro, durante 17 años, del grupo que atiende a los reclusos del centro penitenciario provincial y, últimamente, su labor está en el centro de día. “Ellos te dan, tu no eres el que da”, deja claro. Como les ocurre a otros que colaboran con la organización, se autodefine como cristiano de obra, no solo de rezo. En cuanto a las razones que le movieron a dar el paso, no las tiene muy claras, cree que es “algo innato”, una especie de vocación que lleva a decidir que lo mejor que uno puede hacer es echarle una mano a los demás. Lo que hacen los tres no sería posible, por mucha voluntad que tuvieran, sin la contribución de una legión de ciudadanos anónimos. Este esfuerzo colectivo es lo que permite que la despensa de este “cafetería-bar” esté llena, a pesar de que los recursos propios de los que dispone Cáritas no sean infinitos. “Cuando alguien entra por la puerta, pensamos que es una persona que necesita algo, no le damos más vueltas”, asegura Pedro Pajares, el responsable del centro de día.

Las claves de la organización de este dispositivo no pasan tanto por limitar la entrada, ya que se entiende que nadie cruza la puerta por gusto, sino por el respeto y el civismo, por el cumplimiento de unas normas básicas, como si se estuviera en una comunidad de vecinos cualquiera, aunque en otro contexto. En el zaguán hay algunos carteles que recuerdan estas obligaciones, como los horarios, que son de 9:00 a 10:00 horas para desayunos y aseos y de 19:00 a 20:00 para las cenas y las duchas por la noche, media hora más tarde durante el verano. Los domingos, las instalaciones están cerradas y se pide que, salvo en los casos de un acompañamiento excepcional, aquellos que sean atendidos se marchen lo antes posible, para dejar sitio y tener para ofrecer algo después a los que acudan con nuevas necesidades, decenas cada día. Las duchas están limitadas a 7 minutos, si no, sería imposible que no se acabara el agua caliente y, en un folio, hay cuatro palabras clave: gracias, por favor, perdón, te quiero.