“Un entierro como todos”

Los hijos de un represaliado en Marmolejo confían en identificarlo

08 dic 2016 / 11:44 H.

Mi padre fue el primero que asomó, le tiraron una bomba de mano y se lo llevaron por delante”, relata Ramón Lara Peña, hijo de Ramón Lara Gómez, el casero del cortijo de Loma Candelas. En esta finca de la sierra de Marmolejo murieron cinco personas. La Guardia Civil, en un gran despliegue, rodeó la casa el 8 de enero de 1944. Buscaban a un grupo de maquis que tampoco salieron vivos de allí. Cuatro de las víctimas, Ramón incluido, estaban enterrados en una fosa común del camposanto marmolejeño; el quinto muerto reposa en su pueblo natal, el municipio de Cardeña, próximo al marmolejeño. Con la autorización de la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, acaban de concluir los trabajos de exhumación de los restos que había enterrados en el cementerio y, cuando se conozcan los resultados de las pruebas a los huesos en la Universidad de Granada, cada familia recibirá a los suyos, después de casi tres cuartos de siglo. “Estamos contentos, porque podremos ir al cementerio como todo el mundo”, dice Ramón Lara Peña, hijo póstumo del guardés, nacido cuatro meses después de su muerte. Huelga decir que nunca lo conoció, a pesar de compartir nombre.

En la visita que realizó ayer a la fosa, donde ya no está su progenitor, al menos a eso apuntan todos los datos, lo acompañó su hermano Domingo. Eran siete, de los que media docena siguen vivos. “Mi madre pasó las de Caín, no había pagas ni nada. Unos hermanos se fueron con las monjas, otros a casas”, explica el marmolejeño, que confía en que, con la identificación de los cuerpos, acabe una historia que escocía a la familia, sobre todo, durante la dictadura. “En el pueblo ya no pasa nada, pero antes no era así”, reflexiona.

Los trabajos en el enterramiento permitieron cumplir con una de las fases de cualquier duelo, ya que, por fin, Ramón Lara Peña pudo “conocer” y despedir a Ramón Lara Gómez, al menos, lo que quedaba de él después de 72 años. “Me emocioné mucho cuando vi cómo los sacaban, porque espero que sea uno de ellos”, afirma. Como quien dice, en pleno llanto, una de las componentes del equipo que trabajaba en la exhumación le pidió una muestra de saliva, indispensable para el cotejo de su ADN con el de los restos exhumados. El mismo proceso se hará con los otros familiares. “Le dije que sí, que no me importaba; al contrario”, apostilla. Y es que Ramón Lara Peña y los suyos quieren cumplir con algo tan humano como poder sepultar a sus seres queridos, un rito hurtado por la guerra civil y la dictadura. “Cosas que pasan en la vida”, razona con el aplomo que dan 72 años.

“Recibí una llamada y así comenzó la historia”
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Mateo Alcalá es hijo de uno de los maquis que fueron abatidos en Loma Candelas, un guerrillero con el que comparte nombres y apellidos y sobrino de otro de ellos, Manuel Alcalá Cabanillas. A los 16 años, se fue desde Bujalance, Córdoba, a Mataró, en la provincia de Barcelona. “Mi pista estaba bastante perdida; bueno, lo estuvo cuando llegó la democracia, no así con el régimen, pero, en 2005, recibí una llamada de una asociación para la recuperación de la memoria histórica”, explica. Así comenzó una espera que es la última fase de una historia que le ha marcado la vida y que culminará cuando pueda enterrar a su padre y al hermano de este. Alcalá espera que le llegue pronto el kit con el que se tome la muestra biológica necesaria para cotejar su ADN con los restos que se cree que pertenecen a sus antecesores y que se analizan actualmente.