Un cementerio que rebosa vida

Tumbas que se lustran, olor a flores, incesante trabajo y visitas oficiales

01 nov 2017 / 10:53 H.

Una atractiva mujer gesticula en medio de una de las calles del Cementerio de San Fernando. Hace gestos para llamar a alguien, que no la ve, un grupo de hombres observa la escena, como queriendo decir algo, y, al final, uno suelta: “Van resucitando por donde pasa”. Una broma en medio de un lugar de llanto, un gesto tan humano como contar chistes en un tanatorio para descargar la tensión en las interminables horas de un velatorio. Y es que un camposanto, y el de la capital no es menos, hay días que está lleno de vida, sobre todo, en la víspera del Día de Todos los Santos que hoy se celebra. Son familias enteras, con niños incluidos, que caminan entre nichos y panteones, que pegan voces y, con disciplina militar, acuden a “dar un repaso” a la morada eterna de sus padres, hermanos, hijos. Tras su paso, las tumbas y nichos lucen más que el sol. En medio de todo el gentío, una cuadrilla municipal, de seis personas, trabaja a destajo para que todo esté impecable en la especial jornada de hoy. El teniente de alcalde y concejal de Mantenimiento Urbano, Juan José Jódar, junto con la concejal de Comercio, Consumo, Mercados y Cementerios, Yolanda Pedrosa, visitó las instalaciones municipales para “pasar revista” y, de paso, criticar a la Junta por “abandonar” el edificio que le cedió el Ayuntamiento para los servicios de patología forense.

“A mi hija es que no le gusta esto, es que dice que le da repelús. Mi marido y yo sí venimos, es que si no, no acudiría nadie”, reflexiona Mercedes que acompaña a su marido, Ignacio, en la respetuosa visita a la tumba de los abuelos de este y sus suegros. Todos los años lo mismo, dejar la lápida brillante, colocar flores y estar más cerca de los difuntos. “Mientras podamos, hay que hacerlo”, zanja la mujer que anuncia que, hoy, se repetirá la costumbre.

Las hermanas María Blanca y Conchi Abad Raya, con la hija de la primera, María del Mar, están de visita en el panteón familiar. La tercera, la más joven, coge el mocho y se afana en quitar la tierra que se acumula en la lápida. Las mayores llevan dos descomunales ramos de flores que regalan a sus padres, Julio y Josefa. “No es pena, es un momento de alegría, de estar cerca de ellos, aunque ya no estén con nosotros”, reflexionan. El momento da que pensar también sobre otra realidad, lo de ir al cementerio va con las canas. Y es que, aunque la de Julio y Josefa fue una familia de 8 hijos —de los que 7 están vivos y el otro enterrado con ellos, junto a un cuñado—, las asiduas al camposanto son María Blanca y Conchi. “Yo hacía mucho que no”, admite, entre risas, María José.

Antonio Gutiérrez Gómez, Joseles Vargas Valle, Antonio González y Antonio Ortega Hervás son algo así como “escaleristas”, es decir, se ofrecen, provistos de su herramienta elevadora, a limpiar o colocar flores en las tumbas más altas. “Estamos aquí y nos dan la voluntad, unos un euro, otros cinco”, aclara uno de ellos, apodado “El Chino”. Joseles apostilla: “La verdad, si tuviera un trabajo en condiciones, no lo haría”. El resto coinciden con él en que preferirían no ser temporeros en esta campaña que, además, es corta, comienza cada 27 de octubre y se acaba el día 2 de noviembre. “Trabajamos de siete de la mañana a siete de la tarde, doce horas”, aclaran. Mientras hablan, les llaman para un trabajo. Le toca a Antonio Gutiérrez. “Cada vez va uno de nosotros, para que todos ganemos igual”, aclara Joseles.

“a mi hija no le gusta, le da repelús venir”
“no es pena, es alegría de acudir a verlos”
“si tuviera un trabajo, no estaría aquí”