Ofrenda a la Reina del Camarín

Música de cuerda, canto
y poesía se unen en el cierre del besamano a la Dolorosa

03 mar 2016 / 12:15 H.

El besamano a la Virgen de los Dolores de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno vivió su segunda y última jornada, en el Camarín, en medio de un derroche de devoción: la que mostraron los cientos de incondicionales que aprovecharon un espléndido miércoles de Cuaresma para acercarse al santuario y rendirle honores. Todo el día tuvo la Señora un labio próximo, hasta que llegó la hora de cambiar los besos por la música, el canto y la poesía, frutos no menos amorosos de veneración.

Y es que la hermandad carmelitana no quería cerrar los actos en torno a la Virgen así, sin más, como un día cualquiera en su capilla, no. Por eso pidió una ofrenda artística para Ella, y la respuesta no se hizo esperar. Tras la eucaristía diaria, Francisco José Aguilar, José María y Javier Mesbailer y Antonio Vilar pusieron a los pies de la Madre de Dios su sensibilidad a la guitarra, el contrabajo y la voz para ofrecerle un hermoso repertorio mariano que emocionó a cuantos eligieron la mejor de las citas para la tarde noche cofrade.

Jesús Aguilar, miembro de la junta de gobierno de la cofradía, introdujo el acto, y músicos y cantante poblaron el Camarín de delicados sonidos procesionales en un intachable ejercicio de adaptación de partituras digno de elogio. Tan escasa de piezas propias como de gente en su salida, a la Dolorosa de Medina no le faltaron, eso sí, marchas “ajenas” que, a fuerza de acompañarla durante la Madrugada de cada Viernes Santo, parecen estar hechas a la medida de su mecerse majestuoso, al ritmo lento de ese palio azul que la cobija.

“Virgen de Amor”, con base en la versión que, en su día, realizó el universal Paco de Lucía, abrió la velada, que siguió con un clásico pasionista, “Caridad del Guadalquivir”; María Luisa Fontecha, vocal de la hermandad, acompañó la ejecución con la lectura de unos versos. A partir de ahí la “actuación” se enriqueció con la prodigiosa garganta de Vilar, que interpretó el “Ave María” de Gounot y Bach hasta erizar la piel. “Virgen de los Clavitos”, de Abel Moreno, fue la penúltima partitura antes de la insustituible marcha de Emilio Cebrián, broche de oro, himno que, de no conocer la fecha de su composición, se atribuiría, como el mismo Abuelo, a la leyenda, de tan enraizado y necesario.

Música, poesía y “bel canto” se unieron en un breve ramo para honrar a “la niña desconsolada, / carne de un puñal sin fin, / la del ceñido fajín / de generala gloriosa, / la Muchacha Dolorosa / que sale del Camarín //.