La alegría nace de la tierra

Agustín Lanzas pertenece a la cuarta generación de jiennenses que viven en Puente Nuevo, donde tiene una parcela repleta de diferentes plantaciones hortofrutícolas que vende a sus vecinos

19 ago 2018 / 16:53 H.

Lombardas, berza, pimientos, berenjenas, tomates, sandías... No hay un solo producto hortofrutícola que se le resista a Agustín Lanzas en su huerta de Puente Nuevo. Metros y metros de tierra labrada a mano se extienden por su parcela, donde produce cientos de kilos de frutas y verduras que, cuando están en perfecto estado, vende a sus vecinos, quienes están más que encantados de poder contar con unos alimentos tan naturales como los suyos.

Agustín Lanzas pertenece a la cuarta generación de jiennenses que tomaron Puente Nuevo como su residencia permanente. Según dice, su familia lleva en esta zona unos 200 años, ya que en ella vivieron tanto sus tatarabuelos, como sus bisabuelos y, ahora, viven sus hijos, quienes le ayudan, de vez en cuando, con las tareas del campo. Que no son pocas, ya que trata de hacerlo todo de forma manual y artesanal para darle esa esencia especial a sus productos que le transmitió su padre cuando le enseñó a cuidar del campo cuando era joven. “Llevo cuidando de esto toda mi vida. Desde que nací iba detrás de mi padre como un perrillo chico”, declara Agustín Lanzas.

En su parcela, por donde ronda un gatito que no supera la cuarta de altura, no importa la dirección a la que se mire. El horizonte lo cubren espacios enormes llenos de diferentes tipos de plantaciones. Entre ellas, Lanzas destaca la de sus tomates, que están ahora creciendo y que, a pesar de la tormenta de esta semana, no se dañaron mucho. “Solo se rajaron unos cuantos”, asegura. Las sandías son también su orgullo. En el garaje guarda cajas llenas, mientras que otras aguardan en las matas a estar los suficientemente maduras para que Lanzas las recoja. Este verano hay una sandía que sobresale (literalmente) de entre las demás. En su almacén, Lanzas guarda un ejemplar de sandía que, fácilmente, podría decirse que era más grande que dos veces su propia cabeza. Tan amplio es su tamaño, que el agricultor aproxima que podría llegar a pesar los veinte kilos. Con ella en las manos, se ríe y comenta: “Esto pesa”. Uno de los árboles más curiosos con los que este agricultor cuenta es un azofaifo, cuyo fruto es una drupa comestible con aspecto de aceituna el cual subraya que hay que tener mucho cuidado a la hora de cogerlo, ya que las ramas están provistas de púas con una puntería que envidian los rosales. Los olivares no podían faltar en la parcela de un jiennense y, aunque son pocos, los mantiene para sacar su propia cosecha de aceitunas. Apoyados a su tronco, un par de varas que, aunque podían serlo, no estaban allí esperando a la época de la recogida de la aceituna para varear las ramas. Más bien, tal y como explica Agustín Lanzas, utiliza estos palos para ahuyentar a los pájaros y, así, evitar que picoteen sus verduras y frutas. Apunta que, colgados de estos con guitas, tiene objetos brillantes para que las aves se asusten y no se acerquen a la tierra. En definitiva, una especie de espantapájaros moderno y más sencillo. Además, comenta que esto no solo le sirve con las aves, sino que ha comprobado que los conejos tampoco se acercan a su huerta cuando los pone. Un dos por uno al fin de cuentas. Otro de los remedios caseros que usa para proteger su cosecha es enterrar, a medias, latas con gasolina en las hileras de las plantaciones. Afirma que este truco le sirve para mantener a ralla a los insectos que, atraídos por el olor de la gasolina, caen dentro de la lata e, irremediablemente, se ahogan. Admite también que, aunque lo intenta, no puede permitirse que sus productos sean completamente ecológicos. A pesar de sus trucos, no puede combatir la totalidad de insectos, así que, de vez en cuando, se ve obligado a usar algunos insecticidas.

El terreno de su parcela está más que bien aprovechado, porque incluso tiene un enorme gallinero donde cría gallinas y pavos, de los que ha llegado a tener hasta quince. Sobre los pavos señala que son muy “peleones”. “Cuando llega noviembre empiezan a pelearse entre ellos. Se les hincha la cabeza y se arrancan las plumas y tengo que separarlos”, apunta. Agustín Lanzas añade que las últimas gallinas que añadió al corral fueron las Pililas, que destacan por ser de un tamaño menor y de un color blanco pintado con manchas marrones y negras.