Te buscaré en Groenlandia

24 ago 2019 / 11:32 H.
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Con el cuerpo en remojo y la mente en barbecho hay noticias que se cuelan por las rendijas de la ventilación y no aciertas a discernir si solo son elucubraciones propias del sopor previo a la siesta o titulares verdaderos con sus textos correspondientes, fuentes y autoría. Te cogen desarmado, con la guardia baja, y luego solo puedes balbucear cuando en el descansillo alguien te interpela por la posibilidad de nuevas elecciones y te asegura que los partidos “han puesto en marcha ya su maquinaria electoral”. Y piensas por un momento si tu artrosis ciudadana está preparada para otro aquelarre democrático, otra fiesta de la democracia en la que no has pedido participar, pero a la que tienes una invitación forzosa y querrán que bailes. En esa masa inerte de titulares volátiles estableces paralelismos, si Trump se coge un berrinche de los suyos porque no le venden Groenlandia a un precio que él considera irrechazable, qué no puede pensar un afligido Pablo Iglesias con su enésima y desesperada penúltima oferta rechazada para la formación de un gobierno. Anda el líder de Unidas Podemos entre la revisión de los clásicos de Pocoyó (paternidad obliga) y la de la serie Borgen por si en un giro imposible él fuera la Birgitte Nyborg, del partido “moderado”, y alcanzara el poder, aunque por el camino perdiera compañeros... y tuviera hasta que refundar su partido. Mientras cuenta sus cuitas a cualquiera, ya sea en el metro o en la última entrevista en Antena 3, mantiene un perfil de amante desdichado, mandando “whatsapp” furtivos al presidente en un intento desesperado por salvar la relación. El presidente del Gobierno en “stand-by”, Pedro Sánchez, sin embargo, no está por la labor de leer ciento y pico folios en el móvil. Cuestión de formato. Digamos que no es la lectura recomendada para días de asueto y reposo de estrategia. Confuso, Iglesias repite una y otra vez que el tiempo no puede esperar y como en aquel clásico del pop español entona: “Atravesaré el mundo y volando llegaré hasta el espacio exterior. Y yo te buscaré en Groenlandia, en Perú, en el Tíbet, en Japón, en la isla de Pascua...”. Y hasta en Doñana si fuera menester, en esas está. Entre los titulares más certeros de su última aparición pública está, sin duda, el que aconseja a los ciudadanos que no crean a los políticos, incluido a él, en un verdadero descenso a los infiernos de la casta del propio interpelado. Así las cosas, los andaluces, por ejemplo, buscan en Google información sobre la listeriosis y encuentran en los diarios el relato de un contagio por consumo de carne mechada y en el que, en la era de la comunicación al instante, la Junta de Andalucía tardó cinco días en retirar el producto de los mercados. Cuando cese la alerta sanitaria internacional, pasemos del clásico conflicto político de competencias, quizá se sepa qué controles fallaron en la empresa y en la Junta para tener tan escasos reflejos. Será el momento de escuchar al siempre locuaz consejero de Sanidad, Jesús Aguirre, hacer el certero informe final.

De vuelta a un parlamento virtual, con nuestros líderes de la patria en bañador, pero con suspensos para septiembre, al otrora renovador de los espacios centrados de la política española, Albert Rivera, se le quedó diezmado el grupo ejecutivo del whatsapp. Han abandonado el grupo una pléyade de cabezas pensantes que andaban confusos con ese escoramiento a la derecha y a los que no les convencía la última visión mística de Rivera para hacerse con todo el espacio de la derecha. En España, ya se sabe, no hay espacio para las disidencias, pero aún nos asombramos de la carretera de los huesos en Siberia. Esas son otras cunetas.

Pablo Casado, por su parte, alumbra la plataforma electoral “España suma”, mientras se pregunta en el espejo si con barba dará el abrazo de oso definitivo a quienes soñaban con el “sorpasso”. Cada cual a lo suyo y, en el duermevela, se filtra un suelto por las rendijas de la ventilación y se escucha que el tren de Cádiz a Jaén paró más de una hora en Sevilla y como opción “premium” no había ni agua. Baño de realidad, a la vuelta.

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