Viaje a ninguna parte

27 abr 2020 / 12:05 H.

Los niños pudieron salir a la calle, se cumplieron ocho días sin fallecidos y, en un momento en el que la curva gana el pulso a la enfermedad, no hay más remedio que pensar que la vida puede ser maravillosa. Aletargados por el confinamiento, con las legañas pegadas de tanto sueño y desvelo, quienes tienen el mando del poder en una tierra adormecida empiezan a retomar el juego de la política con el desentierro de proyectos que, a pesar de la paralización forzada por un virus mortal, forman parte del paisaje jiennense. Un incipiente ruido de obras acompaña a un doloroso silencio en una ciudad con demasiadas asignaturas pendientes que, eso sí, no tendrá más remedio que desempolvar para continuar con el ritmo de los acontecimientos. El covid-19 centró todas las miradas y apartó la polémica de una vorágine cotidiana capitalizada por una pandemia que solo acabará con una milagrosa vacuna. Un mes y medio después, con las quinientas noches de la pegadiza canción del paisano Joaquín Sabina incluidas, brotan como las flores en primavera proyectos que hacen pensar que, después del calvario, todo será igual.

Sirva como ejemplo el tranvía. La infraestructura millonaria cumplirá, el próximo 20 de mayo, nueve años de confinamiento por falta de voluntad entre las partes implicadas en una construcción que, eso sí, fue modélica en cuanto a su ejecución. Tan rápida fue la obra como alargada la paralización de su explotación. Se agota el tiempo para firmar el convenio entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Jaén y, a través de una conferencia telemática, las partes implicadas se comprometieron a zanjar el problema de una vez por todas. La ciudadanía dejó de creer, hace tiempo, en cada uno de los capítulos de una película con un guion cinematográfico de verdadera ciencia ficción, pero la esperanza ya se sabe que es lo último que se pierde.

La Catedral de Jaén es otra de las muestras que hacen pensar en el futuro. También se retomaron las obras de unas cubiertas con más goteras que un rancho viejo. La docena de tejados quedarán reparadas, después de una chapuza tras otra, en el templo catedralicio que es el orgullo de toda la provincia. Tuvo que visitarlo el exministro José Guirao, casi paisano por la proximidad de Jaén a Almería, para que alguien diera el puñetazo en la mesa, tan necesario cuando el motor se para no hay manera de arrancar. Para ser Patrimonio de la Humanidad, además de hacer bien los deberes, hay que creer en las posibilidades de una ciudad con un potencial que, quizás, hay que salir fuera para ver lo que hay dentro.

Algo así le ocurrió a la querida Pilar Palazón, una mujer única que se despidió para siempre en el peor de los momentos, porque nunca es buena hora para morir, pero justo cuando no hay lugar ni espacio para las despedidas se antoja demasiado injusto. El caso es que fue ella, acompañada de un grupo de amigos, quien, después de un viaje a París en 1997, regresó con la idea fija de crear un museo monográfico con los tesoros íberos de la provincia cuyas réplicas adornaban los Campos Elíseos mientras los originales estaban guardados en un cajón. Otra asignatura pendiente en la tierra prometida. El Museo Internacional de Arte Ibero es una realidad vacía de contenido.

En pleno estado de alarma, cuando empieza una desescalada por los más importantes de la casa, los pequeños, reaparecen las informaciones que recuerdan que el Conservatorio de Música va viento en popa y a toda vela, que la cubierta del Pabellón Olivo Arena ya parece lo que es, que los fondos europeos de la estrategia DUSI están para gastarlos y que hay solares, como el del viejo Simago, que tienen que dejar de existir. Viajes a ninguna parte que nos obligan a despertar.