¡Vaya tomadura de tupé!

Es asombrosa la resignación de Jaén y de los jiennenses con la vida en general y con la política en particular. Somos especialmente activos en el lamento como igual de inactivos en combatividad, pero asumimos como parte esencial de nuestro ADN que la vida sigue a pesar de los tropiezos, sin pedir cuentas por nada y a nadie. Es nuestro sino el olvido secular al que hemos sido sometidos que nuestro cabreo es tan liviano como la memoria de un pez. También es verdad que mientras exista Europa y sus riegos millonarios, proyectos Líder que pasteleen en los pueblos y las olivas de los abuelos sigan dando aceite con el que tener la despensa llena, la vida es más llevadera. Ahora bien, lo que ha pasado con el Plan Colce amenaza tormenta, no solo ruido de barra de bar. Alguien va a salir escaldado, con todo merecimiento, que la tomadura de tupé ha sido de campeonato.

El Gobierno de España ni está ni se le espera, nada nuevo, así fue siempre con las cosas de Jaén, fuese del color que fuese, tuviese ministros patrios dentro, no los tuviese, gobernase con mayoría sobrada, con apoyos parlamentarios, sin apoyos nacionalistas, ha dado igual y por lo que se ve, en la nueva política que trae Podemos, también da igual. Es de tal envergadura el engaño al que ha sido sometido esta tierra y sus representantes formales, que no sería extraño que se produjera un cambio de tendencia con el final abrupto de nuestra querencia por el Colce (Plan de Concentración de los Órganos Logísticos del Ejército) que si Teruel Existe, Dios quiera que Jaén se levante brava. Hasta ahora, los partidos mayoritarios han pinchado los globos de las plataformas ciudadanas reivindicativas, según intereses y a tenor del color del Gobierno en Madrid o Sevilla, pero ahora ya todo es distinto, debe ser distinto. Esta afrenta duele más, porque nos habían dado esperanzas y más esperanzas, que es como decir nos han mentido y mentido y mentido... Carmen Calvo ha ejercido el mando y a quien más tiene, su tierra, más le da. Y 3.000 empleos no es algo que deba olvidarse, por muy resignados que nos hayan hecho en carne y en alma.