“Diremos que murió doncella”

27 jul 2019 / 11:24 H.
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La tormentosa relación entre el socialismo y lo que queda del comunismo es la historia de Caín y Abel, cuanto más cerca se está de la pretendida fraternidad llega una certera pedrada. La coalición de izquierdas parece tocada de muerte, no ya por las duras invectivas que se prodigaron sino por las miradas de un odio larvado, antiguo, que se lanzaron en el hemiciclo. Iglesias está de luto, su sacrificio le daba margen a su partido, su inmolación pública tenía el premio de pasar a una mejor vida porque así Unidas Podemos llegaba, por fin, al supuesto edén del Gobierno. El escenario de estos días le aboca, sin embargo, a otra travesía en el desierto, penando los agravios de los “compañeros socialistas”. Desde la tribuna lanzó una última oferta que creía irrechazable, porque, en buena medida, era la penúltima propuesta lanzada por una crecida Adriana Lastra y, además, contaba con el amparo de un Zapatero que emerge en el papel de gran susurrador, de padre putativo de toda la izquierda, descarriada o no. La Alianza de Civilizaciones era él. Sonó la campana e Iglesias, como un púgil tocado, estuvo a punto de pedir ayuda para volver a su rincón en el ring. Desde el escaño, en los labios se le leyó: “No tienes vergüenza”. No había tiempo para más, el PSOE había arrojado la toalla tiempo ha, pero sabiéndose ganador a los puntos. Asiste, con cierta complacencia, a la implosión de Podemos en un marco en el que se cree con ventaja porque en cualquiera de las posturas posibles goza. Pero de llegar al escenario de unas nuevas elecciones las posibilidades de naufragio para Pedro “El conquistador” aumentan exponencialmente, se puede pasar en un tris de gallardo capitán a perturbado mequetrefe. Quizá todo desemboque en otras elecciones y en un “Manual de resistencia II”. Una de las curiosidades de la travesía de estos días es comprobar la buena fe, el profundo sentido de Estado, de personajes de la corte como Aitor Esteban (PNV) o el ínclito Gabriel Rufián (ERC) empeñados por su honor en que las naves de la izquierda se unan en el progreso del país, con premura, dando consejos a los “hidalgos castellanos y a sus bellas damas”. ¡Quia! Oyéndoles desde el estrado, transmutados en fundadores de la patria, se agradece su disposición, mesura y sus templadas palabras, casi te tienen convencido —quizá demasiado tinto en la sobremesa— pero cuando apuran su intervención reparas en su andar vacilante, en la pata de palo de aquel y en el ojo de cristal del payo Rufián. De vuelta a sus respectivos territorios es harina de otro costal, y en sus embarcaciones, alejados del puerto, izan la bandera pirata y se ufanan de lo llenas que están las bodegas. “Ron, ron, ron, la botella de ron”. Si les dan elegir —como la canción de Joaquín Sabina— eligen un par de tibias y una calavera. España será pérfida a ratos, pero qué bien se negocia con ella.

A la institutriz Carmen Calvo le toca coger el “machete” de Dora, “La exploradora”, para abrir otros caminos, buscar otros socios preferentes y quemar otras naves. Lo hace, no obstante, sin un ápice de autocrítica. La culpa, en exclusiva, es de la chavalería de Unidas Podemos y luego del resto en una jerarquía que llega hasta usted que votó lo que votó. Para negociar conviene bajarse de la tarima de tarde en tarde. Vamos a septiembre todos, pero ella nos regaña como si no tuviera vela en este entierro.

Así las cosas, en este país de grandes paisajes y paradojas, las cuentas públicas no se tocan desde que Montoro las dejara escritas en su cuaderno de bitácora, a priori para una singladura corta, y ya se alarga demasiado el viaje y aquello de las alforjas. Andamos como perro sin dueño, vemos la secuencia, cómo se sucede la trama, los desplantes, acercamientos y los celos enconados de unos y otros. Como en el emocionante espectáculo “Lorca y la pasión”, de Marina Heredia y Rosario Pardo, en este amor trágico, diremos que la hija menor de Bernarda Alba —la coalición— “murió doncella”, y en este caso, sin necesidad de hundirnos en un mar de luto, será hasta verdad. Intacta. Silencio, silencio, silencio.

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