Sobreinformación

    23 mar 2020 / 16:29 H.
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    Podemos extraer varias enseñanzas del coronavirus, como por ejemplo que la humanidad globalizada, una gran parte camina por derroteros de un consumo exacerbado, y debe de aprender a cambiar sus hábitos excesivos y excedidos. Que las grandes ciudades se han convertido en parte, en una cárcel y una gran trampa para el desarrollo libre de la vida humana, y donde el acercamiento a la naturaleza a veces también es olvidado, en una sociedad de la prisa y de poca observación interior. Las ciudades nunca deberían de hacerse fomentado más allá de los doscientos o trescientos mil habitantes, lo cual nos plantea el modelo de ciudad sostenible y de sociedad-ciudad que queremos. También creo que se han tomado decisiones políticas erróneas a la hora de restar importancia al estudio generalizado de conocimientos básicos para toda la población, de salud y nutrición, pues no se ha dado la importancia que tiene, crear en las escuelas una asignatura obligatoria que abarque la salud, la nutrición, la profilaxis y temperancia en la prevención de la salud. Los gobiernos deben de poner más hincapié en combatir enfermedades de alta morbilidad, como el tabaquismo, el sedentarismo, y la obesidad, así como el exceso de consumo, en libertad, de alcohol y drogas, sobre todo en los más jóvenes. Necesitamos una escucha mucho más atenta, los unos de los otros. Necesitamos eliminar de nuestra vida tres acompañantes silenciosos: el miedo, la prisa-estrés y una competitividad excesiva. Necesitamos comprender que todos somos uno con el Planeta, como si se tratase de un solo ser vivo, debemos de aprender a cooperar más con el Planeta. Hay mucha necesidad de enterrar los egos en general, y los egos políticos en particular, que son piedras en el progreso de la sociedad, y pensar en el bien común a la hora de toma de decisiones. También hay necesidad de fomentar la amistad y la unidad de la familia, frente a quienes atacan a la familia como célula social básica, mediante planteamientos divisorios y enfrentados hacia la misma e individualistas, no estamos en contra de diferentes tipos de familia, pero sí a veces del ataque a la misma, en cuanto a su esencia. La familia es la célula base de una sociedad donde se aprenden, hábitos, trabajo, solidaridad y convivencia... La enfermedad colectiva como el coronavirus nos enseña a ser más humildes y a restar importancia a muchas cosas, especialmente materiales que hemos acumulado en exceso, y que nos damos cuenta que una vez que simplifiquemos la vida, verdaderamente no las necesitamos. El coronavirus es por tanto un desafío hacia la humanidad en la medida que nos hace comprender nuevos valores, y nos va a introducir hacia un nuevo cambio de paradigma, donde muchas teorías, y planteamientos actuales, filosóficos, sociales y económicos, quizás ya no nos servirán. La humanidad ha evolucionado a base de crisis como ésta, que son procesos y palancas de cambio, en el progreso de los pueblos, y de la vida. Debemos de caminar hacia ese cambio metasocial que ya un día describió Stefhane Hessel, en su libro “indignaos”, para que poco a poco muera lo viejo, lo que ya no nos sirve, y nazca poco a poco lo nuevo.

    El Congreso de los Diputados aprobó el martes 11 de febrero tramitar la proposición de ley socialista del suicidio asistido, o eutanasia, con los votos en contra de PP, Vox, UPN y Foro de Asturias. Una medida que se ampara en que, según sus promotores, el 80% de la sociedad la pide y está conforme con ella. Sin embargo, en España algunas comunidades autónomas han aprobado ya leyes muy completas sobre cuidados paliativos, y en Europa se insta a no aprobar leyes eutanásicas, antes de ofrecer medidas integrales sobre los cuidados al final de la vida. Otro de los argumentos utilizados para intentar poner en marcha la ley de eutanasia, es que se trata de una regulación que existe en la generalidad de los países de nuestro entorno. Sin embargo, la eutanasia, como acto deliberado de poner fin a la vida de un paciente, ha sido rechazada legalmente en Francia o Italia. La reforma bioética que se tramita en Francia no aborda el problema, por entender que está al día la ley Claeys-Leonetti de 2016. Sólo existe en tres de los 29 países de la Unión Europea: los del antiguo Benelux, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. La jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos humanos —aplicable al conjunto del Consejo de Europa, como Rusia o Turquía, no sólo a la UE—, no reconoce la existencia de un derecho a poner fin a la vida. En 2019, la American Medical Association —la más numerosa del país—, confirmó la praxis seguida hasta ahora, después de estudiar a fondo el problema durante dos años dentro de su comité de asuntos éticos y judiciales. Esa decisión reafirma el principio del famoso juramento hipocrático, y se une al rechazo formalizado en 2017 por el American College of Physicians, y en 2015 por la Asociación Médica Mundial.

    Entiendo más que nadie la situación que atraviesa el mundo en estos momentos, pero creo que es momento de frenar un poco. La televisión ha cogido el coronavirus y ha decidido hacer con el un monotema para atrapar a la audiencia en momentos en que necesitamos distraernos y entretenernos. Es bueno informarse, hasta un punto y, sobre todo, no necesitamos miles de películas apocalípticas que emiten ahora.

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