De rodillas

    18 ene 2022 / 16:36 H.
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    Desde aquí queremos mostrar nuestro agradecimiento por el acto conmemorativo del centenario de la Imprenta-Librería- Papelería Blanco que tuvo lugar el pasado 16 de diciembre. Gracias al Ayuntamiento de Andújar, al señor alcalde, Pedro Luis Rodríguez, y al concejal de Cultura, Juan Francisco Cazalilla y a las chicas del área de Cultura que tanto trabajo e ilusión le ponen a todo lo que hacen. Gracias a Enrique Gómez, Juan Carlos Toribio, Alfredo Ybarra y Eva Fernández por las palabras que nos dedicaron. Gracias a Juan Vicente Córcoles, promotor de la iniciativa. Gracias a la rondalla y al coro por el broche de oro que pusieron al acto. Gracias a todos los que nos acompañaron y al resto de la familia y amigos que no pudieron asistir pero que sabemos que estaban con nosotros, algunos porque por desgracia ya no están y a los que nunca olvidamos. Gracias a todos los trabajadores que nos han acompañado durante estos 100 años. Gracias, por supuesto, a la ciudad de Andújar, a todos nuestros clientes que llevan 100 años cruzando nuestra puerta y sin los que no hubiéramos llegado hasta aquí; con el deseo de que lo sigan haciendo, no solo la nuestra, sino, la de todo el pequeño comercio de nuestra ciudad. Y, finalmente, gracias a nuestro abuelo, que empezó a trabajar siendo un niño; a nuestro padre, que lo relevó y que tanto trabajó en su querida imprenta y a nuestra madre, que siempre estuvo a su lado. Gracias a ellos crecimos entre libros, sus nietos también han crecido entre libros y ahora sus bisnietos, están creciendo entre libros. A todos ellos le damos las gracias.

    Cuando la pandemia paró el mundo, ellas también se pararon; cuando la economía dejó de crecer, ellas también dejaron de crecer; cuando los Estados entraron en pérdidas porque el mundo se había parado y el crecimiento económico se derrumbó, ellas, naturalmente, también entraron en pérdidas. “Ellas” son las multinacionales de la energía y el mundo que vivimos y los Estados que pagamos participan de tanta ligazón con estas corporaciones económicas privadas que ya no se entienden los unos sin las otras, que ya todos hemos interiorizado, por ejemplo, que cuando un presidente del gobierno o un alto cargo ministerial causan baja en sus actividades políticas, que por definición son transitorias y provisionales, pasan a formar parte permanente, con toda la naturalidad del mundo, de sus Consejos de Administración. Así que, ahora, en la nueva época inaugurada, en la que se ha convenido que hemos dado por superada la pandemia o que no queda más remedio que adaptarse a sus exigencias, ellos —los Estados y las multinacionales— deben de enderezar el rumbo perdido o, lo que es igual, recuperar las pérdidas que ocasionaron su derrumbe, y comenzar a pedir a la ciudadanía la parte que les corresponde, más cuando saben de buena tinta que muchas familias incrementaron sus ahorros al contener sus gastos durante la pandemia. Los Estados lo hacen —y lo harán durante mucho tiempo— en forma de impuestos; las multinacionales, mucho más rápidas y directas, pues no tienen que rendir cuentas electorales a nadie y no temen las iras del populacho, lo hacen subiendo a su gusto los carburantes y los suministros de gas y energía eléctrica. Así de fácil; y por mucho que los gobiernos occidentales se hagan los sorprendidos y representen el papelito de estar muy preocupados por lo mal que van las cosas de la energía para los escaldados ciudadanos, sabían de sobra que esto se iba a producir y hasta probablemente habrán otorgado su beneplácito. Otro ejemplo: todavía, con la que está cayendo, siguen debatiendo en Bruselas si se cambia la forma delirante de cálculo del coste energético que se traslada a la factura eléctrica, a pesar de las tremendas repercusiones en el gasto de las economías familiares y en la inflación global; debate de lo inexplicable, lo ilógico y lo injusto, que no es sino una clara muestra de la “política de no agresión” entre ambos. Pero en este pacto entre Estados y multinacionales existe un pequeño detalle suelto, un pequeño inconveniente no previsto que está dando al traste con el juego de equilibrios de ese poder establecido y compartido, y con las apariencias que pasan a la opinión pública: en la carrera por recuperar los beneficios perdidos, “ellas”, las multinacionales, están llegando primero, porque son más ágiles y no deben de improvisar justificaciones, al contrario de lo que les sucede a los políticos que comandan esas otras grandes corporaciones, aunque públicas, que son los Estados, que se les está quedando cara de bobos. Que Occidente esté pasando frío —unos,
    mucho más; otros, la mayoría, más de lo acostumbrado, ante
    las elevadas tarifas de los suministros básicos como son la luz o los carburantes que han aumentado su valor en muy poco tiempo— por primera vez desde los años de la posguerra mundial viene a indicarnos la evidencia de que las multinacionales están hincando de rodillas a los Estados, bien porque no les temen, bien porque tienen comprados e inmovilizados a sus dirigentes con promesas de futuras canonjías. Ante este espectáculo de antropofagia consentida uno se pregunta: ¿Así que era esto aquel rollo patatero que nos contaron de lo bien que nos iba a ir con la modernización económica y la liberalización de sectores estratégicos como las telecomunicaciones, el agua, la energía...? Así que era esto...

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