El PP y el franquismo

    11 nov 2025 / 08:33 H.
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    Ignorando que la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce el “supremo recurso” a la rebelión frente a la tiranía y la opresión, el Partido Popular se negó a asistir a un acto en el Congreso en memoria de los últimos fusilados por la dictadura de Francisco Franco, condenados en un juicio sin garantías, alegando que “eran terroristas”. La excusa no sorprende: hablamos de un partido fundado por siete ministros del dictador, moldeado ideológicamente en la defensa de la unidad sagrada de la patria, la educación elitista, la libre empresa sin freno y la moral pública impuesta de la derecha más rancia. En esencia, el mismo credo ideológico del franquismo, pero con otro nombre y otro logo.

    Su ADN político sigue anclado en la negación de la memoria, en el desprecio a las víctimas del franquismo y en la glorificación implícita de un pasado criminal. El PP no ha roto con esa herencia, la ha maquillado. Y mientras rehúye homenajes a los asesinados por el dictador, protege y pacta con quienes aún justifican aquella barbarie; incluso pone en sus manos el destino de la Comunidad Valenciana. El PP, no solo demuestra que proviene del franquismo, sino que respira su fratricida aliento, justifica su represión y perpetua, bajo la máscara democrática, la sombra de un régimen que nunca ha dejado de venerar.

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON / MADRID

    Entender el mundo

    La modernidad ha sido, en gran medida, una creación de Occidente. Hoy, da igual si uno está en Tokio, Buenos Aires, Madrid o Nueva York: los rascacielos, los automóviles, los centros comerciales y las multitudes forman parte del mismo paisaje moderno. La comida se ha vuelto global, al igual que la ropa, los cosméticos e incluso el fútbol, con las ligas del mundo proyectadas en pantallas de todos los países.

    Pero junto a esa uniformidad moderna conviven las sombras: guerras, hambrunas, violencia y desigualdad, que son la otra cara de la globalización. Nacemos en un lugar concreto, nos educamos en una ciudad, trabajamos en un país, y sin embargo, los problemas que enfrentamos —sociales, económicos o ambientales— son comunes a casi todas las naciones y afectan nuestras vidas de una u otra forma. El aumento de las temperaturas, las sequías, las inundaciones y la contaminación son señales de un planeta exhausto. Y entonces cabe preguntarse: ¿Cómo vamos a entender el mundo si no comprendemos lo que ocurre en nuestro propio territorio?

    Esta no es una historia de príncipes y princesas con final feliz. Es una realidad que genera más preocupación que bienestar. No sorprende, por tanto, el crecimiento constante de las enfermedades mentales en una sociedad que, pese a sus avances, sigue sin encontrar el equilibrio entre el progreso y la paz interior. Hay más incertidumbres que certezas en el mundo presente, y seguramente, en el cercano futuro.

    PEDRO MARÍN / ZARAGOZA

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