El informe anual

    09 ago 2019 / 10:33 H.

    me veo en el brete de tener que expresarme correctamente. El artículo no tiene otro sentido que la aplicación correcta de las palabras para que se ajusten a lo que representan. Les pido disculpas de antemano, si el intento resulta baldío. La palabra es comunicación, aunque el mero hecho de hablar no identifique, en determinadas ocasiones, la palabra usada con la idea que se quiere expresar, y en ese contexto, difícilmente se podría afirmar que se ha establecido una vinculación entre el concepto y el vocablo elegido. Al hablar, no hay que eludir la responsabilidad de ponerse de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española para que la palabra seleccionada, tenga el efecto que se pretende. Por mucho que nos devanemos los sesos, no siempre damos con las interpretación exacta de la palabra que tenemos delante y buscamos un equivalente literal que a veces tampoco resulta adecuado, sobre todo con los anglicismos, que es un lenguaje lleno de locuciones cuyo significado, no se acerca ni por asomo a su traducción exacta y la aceptamos tal cual. Por ejemplo: “Spin-off”, se traduce como escisión cuando lo correcto sería traducirlo como: esqueje... “Babysitter” se ha traducido con la metáfora canguro y no como sentadora de niños... “Sold out” no significa vendido fuera, sino agotado. Y así podíamos continuar encuadrando ideas exactas con palabras certeras que expresan sentimientos que reflejen un sentir general como un: “Te quiero” contundente que no tenga que acudir a una alternativa impersonal como un: “Yo también”, acompañado de un: “Se te quiere” en vez de un “te queremos”. Habla y siente el yo en primera persona, que es la que expresa sentimientos de cariño o de odio, etcétera. Del mismo modo, adoptamos vocablos como: croqueta, del francés “croquette”; yogur, del turco “yogurt”, y otros como: aguacate, papaya, espaguetis, “sushi”. Hay extranjerismos que traducimos fonéticamente como: pizza, entrecot, chucrut, tartar y nos hemos adaptado a una pronunciación errónea, sobre todo, con los anglicismos. Solemos utilizar los mismos recursos retóricos que enfatizan el ritmo y la sonoridad de una idea, se copian las epanáforas o repeticiones de grupos de palabras al comienzo de las frases, que si están bien escritas, transmiten la pasión que la intencionalidad le presupone, pero si en cambio se abusa de ellas, aparece el artificio de un simple latiguillo como el altanero “mire usted” o “vamos a ver”. Cuántas veces nos asalta la duda sobre lo que realmente hemos expresado, sabiendo que el significado de lo que decimos, puede inducir a duda o puede entenderse como otra cosa muy distinta, sobre todo, si usamos la doble interpretación, o el sentido oculto que activa los viejos tópicos que liberan el reclamo retórico de prejuicios que no instan a hacer cosas, sino que anima a otros a hacerlas. A qué sentido me acojo entonces, si decimos palabras que informan pero también mienten, lo mejor es que la acción acompañe a las palabras y se entiendan por igual. Por tanto, el pronunciar palabras, debe acarrear el significado que le corresponde al decirlas. Lo mismo que para ejecutar una acción, hay que tener prevista la capacidad de realizarla, las palabras han de ir en consonancia con el respeto que la convivencia demanda. Apliquémonos y si tenemos que rectificar, hagámoslo, hasta que las palabras se ajusten a lo que representan exactamente.

    Aunque nos pesen y agredan a la inteligencia por desconsiderar a sus víctimas y a los que padecimos su cobardía, los repudiables recibimientos a terroristas excarcelados cuyo mérito fue engendrar desesperación y dolor mediante el asesinato, la extorsión y la tortura, se enmarcan dentro de la libertad de expresión, que roza el resbaladizo territorio de la ofensa que a veces busca condenar a quien mantiene diferente opinión. Ya el pasado junio la Audiencia Nacional autorizó un acto de homenaje en Tolosa al primer asesino de ETA, Txabi Etxebarrieta, que en 1968 inauguró la funesta crónica de crímenes, al considerar que no constituía delito de exaltación del terrorismo ni humillaba a las víctimas. Y, por idénticos motivos, —menosprecio a sus cientos de miles de víctimas y a los que padecimos su sangrienta dictadura en nuestro país— también son deleznables los homenajes anuales al fratricida dictador Francisco Franco. Estos adalides en teñir de negro sufrimiento la vida de sus iguales, solo merecen el más profundo de los desprecios.

    Cáritas Española hizo público, hace casi dos meses, el informe anual sobre la realidad socio-económica de nuestro país realizado por la Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada). El informe ofrece un retrato de nuestra sociedad muy alejado del que suelen recoger los organismos oficiales, y proyecta una lacerante señal de alarma: la quiebra del pacto social, con más de ocho millones de españoles en riesgo de exclusión. La salida de la crisis económica deja una secuela dramática para esos millones de personas. El informe apunta a una cronificación de la pobreza que aún continúa, y la descalificación social de los más débiles, lo que apunta a un fracaso de la “sociedad de bienestar”.