Algo más sobre el tren

    04 oct 2019 / 08:48 H.

    En julio de 2017 escribí una columna titulada “Trump, el heredero de Nixon” donde mencionaba una reseña de la reedición en español del libro de Carl Bernstein y Bob Woodward, “Todos los hombres del presidente”, sobre el ‘escándalo Watergate. La historia va por los mismos lugares, aunque Richard Nixon y Donald Trump comienzan en posiciones distintas. Richard es el abogado cuáquero que vivió desde joven la política, hasta perder una contienda presidencial contra John F. Kennedy y, luego, ganarle dos a Hubert Humphrey y George McGovern. La última, ya iniciado el escándalo Watergate. Trump procede de otro planeta, al punto que algunos lo consideran lunático. Es un adorador de la fama, el dinero y el poder, que jamás había enfrentado unas elecciones. Con Nixon, quedó expuesta toda podredumbre del aparato —que los políticos taparon con el impeachment— y que subsiste y enoja y por ello triunfa Trump que representa el antisistema. Pero Richard y Donald, escribía en esa columna, están unidos por un halo, el olor a el “impeachment” que sobrevuela Washington, en caso de que el actual presidente enerve excesivamente al establishment. Pues resulta que, la profecía se cumplió y enervó a más de uno. El artículo 1 de la Constitución de EE UU garantiza que los funcionarios puedan ser procesados por mandato de la Cámara de Representantes a causa de delitos graves. Luego, es el Senado quien se encarga de llevar a cabo el juicio. Y el castigo consiste en la destitución del acusado y su inhabilitación para desempeñar cargos públicos. Ahora la Cámara inició una investigación para llevar el impeachment a Trump, luego que un informante anónimo revelara un contacto telefónico con el presidente de Ucrania para obtener información privilegiada, con fines políticos, sobre los negocios del eventual candidato presidencial demócrata Joe Biden y su hijo Hunter. La llamada se produjo poco después de que Trump decidiera congelar cientos de millones de dólares en ayuda militar a Ucrania. Según los críticos este fue un intento ilegítimo de presionar a un gobierno extranjero para que le consiga información incriminatoria sobre un rival electoral, en tanto que la Casa Blanca considera que se trató de una llamada “normal” entre dos mandatarios. Si la política fuera una actividad seria, Trump no ganaría su reelección, no solo por culpa del impeachment sino porque su comportamiento se parece al de un milenial que se escapa de la escuela para dedicarse a hacer travesuras y contarlas por Twitter. Pero la política no es seria, al punto que los candidatos suelen hacerse eco de una frase atribuida a Salvador Dalí: “Lo importante es que hablen de uno... Aunque hablen bien”. Es decir, lo importante para ganar una elección es tener publicidad sin importar que sea negativa o positiva. Con lo que pareciera que el informante anónimo fuera el mismo Trump, porque el impeachment no solo le dará mucha publicidad, sino que terminará pareciendo el héroe que supo superar las “injurias” de sus malos adversarios, ya que difícilmente lo condenen. En EE UU, dos presidentes fueron juzgados mediante este procedimiento, Clinton (1998- 1999) y Andrew Johnson (1868), y fueron absueltos. Nixon interrumpió el proceso al dimitir en 1974. Y para condenar al acusado es necesario el voto de las dos terceras partes de los senadores que hoy en su mayoría son republicanos.

    Qué os parece si hablamos del ferrocarril? Seguro que bien. Pero, ¿de qué serviría? De nada. ¡Música maestro! ¡Chin chin pum, de Linares! ¡Chin chin pum, de Linares! ¿Queréis más? ¡Chin chin pum de Linares!... Y así seguiríamos y nunca llegaríamos a conseguir, lo que tanto queremos, lo que tanto deseamos, lo que tanto añoramos. Recuerdo una pequeña novela titulada “de Espeluy a Jaén sin tren”. Pues bien, en esa pequeña novela se relatan las vicisitudes que sufren una madre y una hija para llegar a Jaén desde Espeluy. Por aquél entonces, existía un trenecillo al que llamaban “la carreta”, que unía la llamémosle la capital, con la estación de Espeluy. ¿Queréis creer una cosa? Muy sencillo. Hasta esa insignificante carreta, fue suprimida, y se utilizó un autobús para trasladar a los viajeros. Ya sé que hoy, contamos con un tren para Madrid y otro tren para Sevilla. ¡Menuda suerte! Somos muy afortunados, pero también somos desgraciados a más no poder. ¿Quiénes somos nosotros? Los parias de Andalucía y por supuesto de España. Tenemos aceite para ahogar a todos los catetos del mundo y somos nosotros, los que nos ahogamos en nuestras propias miserias. Aquí no hay nadie que se atreva a pensar en la Alta Velocidad. ¿Quiénes somos nosotros para aspirar a tanto? Somos ni más ni menos, que unos pobres votantes de última fila y nuestros representantes, unas buenas personas, incapaces de ladrarle y menos aún de morderles, a sus superiores de Sevilla o de Madrid. Pero, en fin, ya sé a ciencia cierta, que estas peroratas no sirven para nada y a este propósito, pienso continuamente en lo que me decía mi madre: ¡Hijo mío, ten muy presente, que en boca cerrada no entran moscas! Y, ¡cuánta razón llevaba! Pero, por otra parte, si no abres la boca, si no te arriesgas, aunque sea para hacer el tonto, ¿cómo puedes transmitir el mucho dolor que te causa el verte olvidado del resto del mundo? Madre, perdóname, pero esto de la alta velocidad, me trae de cabeza y aunque yo no la veré, dada mi avanzada edad, invito a mis paisanos más jóvenes, para que sigan dando la lata, como lo hacía yo en mis tiempos, el chin chin pum, del tío Juanico.