Vocación de independencia

20 mar 2019 / 11:30 H.

Toda constitución que no permite el diálogo entre los distintos y legítimos actores de los pueblos que configuran su Estado no merece credo alguno en ser galante de la paz y la concordia. Nutrir el relato de que el país de las Españas se rompe por la vocación de independencia es una falacia de la alcista derecha ominosa que pervive en los sucesores genéticos de aquellos traidores a la patria que desde las armas se arrojaron vencedores. Para impedir que dicha falacia se imponga como una verdad es de justicia no olvidar que: Ellos lo rompieron. Sí, el país de las Españas se desangra desde el 36 y sigue más roto aún desde el 78 con el constitucional cierre en falso del oscuro periodo del régimen del asesino Franco que con dureza y venganza castigó sus territorios que hoy son los que imprimen de singularidad una heredada patria hueca, con nacionalidades que constantemente señala la negación de una bandera y una sola patria. La última libertad humana es poder elegir. Tan: cómo, cuándo, dónde, con quién... En el siglo XXI resulta viejo cualquier tribunal contra quienes con todo derecho aspiran a ejercer tal libertad. Éste es un país mediatizado, hasta su envenenamiento, por la alcista derecha ominosa que no quiere saber nada de nacionalismos de barrio o periféricos, (sienten odio), pero sí que vehementemente impone su nacionalismo único, central e indivisible. Políticos, patriotas del taco, autodeclarados demócratas y defensores de la Constitución, (en los artículos expresos que son de su único y puro interés). “Defender la Constitución es democracia”, al igual que defender la democracia es conculcar toda constitución que coarta la propia democracia. Máxime cuando “los defensores” se escudan en dicha Constitución y no permiten un desnudo diálogo para poder articular desde el derecho legítimo, el amparo de un referéndum natural que garantice y admita el pronunciamiento de la ciudadanía. Cuando esto se impide defenderla no es democracia, es fascismo dictatorial, ejercido por quienes urdan la autocracia. Aceptemos que el mantra permanente de mantener el cumplimiento severo de las leyes por encima de las libertades es un acto de totalitarismo camuflado en la legalidad vigente que desprecia la legítima legalidad venidera que también aspira a ser vigente.