Vientos de exclusión

18 jul 2020 / 11:15 H.
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Acaba de finalizar el curso escolar y estamos ante la incertidumbre de que cómo se va a iniciar el siguiente. La pandemia está generando cambios sustanciales en nuestros hábitos y costumbres que tendremos que asumir de manera irremediable, aún cuando intentemos ponernos una coraza para superar los miedos al cambio. Ciertamente nos encontramos en un proceso de intensas mudanzas culturales y nuevas orientaciones en las pautas de comportamiento. Debemos ser conscientes que estamos ante el surgimiento de una nueva sociedad que se observa a través de transformaciones estructurales en las relaciones de producción, en las relaciones de poder y en las relaciones de experiencia o de vida cotidiana. Cada uno de estos cambios van a tener que ver con el “equipaje humano” de las nuevas generaciones. En las relaciones de producción los cambios se aprecian en la productividad y en la competitividad. La tecnología de la información y la capacidad cultural para utilizarla son esenciales para el nuevo marco de la producción. En el ámbito de las nuevas formas de las decisiones políticas, lo más característico es la incertidumbre que embarga al ciudadano ante la dificultad que encuentra de delegar su voluntad en órganos con capacidad de dar respuestas. Sin embargo, no por ello desaparece el poder de la nueva sociedad sino que se desempeña en un nuevo ámbito: allí donde los ciudadanos encuentran déficits estructurales para la pervivencia de su entorno, de su medio social. La política se transforma de este modo en asunto de gestión de la propia ciudadanía, tomando decisiones para lograr sus fines, aún cuando estos no sean del todo claros. Pero además, las relaciones de experiencia de la vida cotidiana también cambian. Lo hacen de manera vertiginosa e inciden en nuestras pautas de comportamiento convulsionando así las formas básicas, fuentes directas de identidad.

Para situarnos en este reciente escenario necesitamos de nuevas estructuras de pensamiento que nos permitan encontrar la forma de adaptarnos a él y explorar sus fortalezas y sus debilidades, sus amenazas y sus oportunidades, pero sobre todo, estar preparados para experimentar el drama de una globalización que excluye. En este sentido, desde la educación es necesario plantear criterios de igualdad de oportunidades desde políticas educativas que hagan compatibles las diferencias en las instituciones educativas, en unas instituciones inclusivas, para todas las personas. Actualmente se habla de la exclusión social como uno de los problemas más importantes de la sociedad en la que vivimos que, aunque se manifiesta en el ámbito educativo, familiar e institucional, es fundamentalmente un problema de índole social. La educación ha de convertirse en la esperanza, en el tesoro, que pueda, por una parte, ayudar a educar para una sociedad del futuro más justa, más solidaria y, por otra, a luchar contra las desigualdades.

Desde el concepto de globalización que desarrolla alianzas, conexiones, intercambios económicos entre países, entre las formas de vida de los individuos, sus hábitos y sus costumbres, estamos entrando en una nueva forma de concebir el mundo que trasciende fronteras en otros tiempos imaginarias. Sin embargo en un mundo como el actual, la globalización genera procesos asimétricos, produciendo exclusión y desigualdades en aquellos que no tiene posibilidades de acceder a la red económica, política y cultural globalizada, así como desequilibrios sociales importantes. No olvidemos que el 85% de los bienes del mundo es propiedad de un 20% de la población y por ello se atisba la necesidad de desenvolvernos en una perspectiva democrática, múltiple y plural.

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