Valles en la piel

    16 ago 2021 / 19:05 H.
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    Ahuesada, transparente, suplicante y temblorosa buscaba un roce que estuviera en plena ebullición para cargarse de dolor y volver a la niñez. Le hubiera bastado con un cariñoso toque de niñez. De un pájaro sin alas, tembloroso y alejado de todo lo temprano. Pero no pudo ser. Y los resecos cauces azules de sus manos se fueron haciendo pequeños arroyuelos del pasado más cercano. Y cada línea valle de su piel, me sugería un destino en el tiempo y en el alma. Cada mancha un sobresalto. Un minuto, una hora, un ruido, un “no ha llegado”. Cada curva un llanto, un despertar, un arrullo.

    Cada poro una caricia, un te quiero y una risa. Un disgusto, una lágrima y un adiós. Miré sus manos perdidas en las mias y supe que se estaba muriendo. Nueve años después le sigo recordando con su sincero dolor. “Las lágrimas de las madres y de las viudas eran iguales a los dos lados del rio”. En la luna grande de septiembre, por encima de Navalperal, la que enciende sus montes y me adelanta la noche más larga, veo los valles en su piel. Sin estrellas ni nadie que me moleste. Se me olvidaba decir que “de morir, ni hablar”.

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