Una magnanimidad

    18 jun 2021 / 11:07 H.
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    Dentro de unos días, como todos los años en estas fechas del mes de junio, estaremos de nuevo en el solsticio de verano y quizás con la ayuda del calor y la siesta, la vida vuelva a ser algo más relajada, cosa que necesitamos como agua de mayo, porque, hay que ver el agobio y la desesperanza que llevamos con esto de la terrible pandemia y demás sucesos luctuosos que nos aquejan hace ya más tiempo del que somos capaces de soportar. Afortunadamente y si no seguimos cometiendo demasiadas imprudencias en este tiempo de vacaciones que ahora comienza, gracias a los avances con el programa de vacunación parece que poco a poco el drama del virus estará algo más controlado y si no se produce un retroceso quizás podamos comenzar a respirar sin mascarilla dentro de un plazo no demasiado lejano quizás para finales de año, crucemos los dedos para que sea así y a partir de ahí podamos ocuparnos en serio y de manera eficaz de esos otros sucesos que hemos calificado como luctuosos, por llamarlos de una manera benigna y plena de magnanimidad, palabra muy al uso al día de hoy gracias a la habilidad lingüística de nuestro presidente del Gobierno, ese señor Sánchez que siempre encuentra en el diccionario un calificativo con el que ilustrar nuestras mentes poco dadas al noble arte de pensar de forma crítica y rigurosa sobre asuntos de capital importancia para el bienestar y el futuro de todos.

    Pues bien, además de la situación sanitaria que sigue siendo el principal problema al que nos enfrentamos y que debería estar en el centro de atención del Gobierno central y demás gobiernos autonómicos por la inmensa sangría humana y económica que está dejando exhausta a esta sociedad, resulta que tenemos pendientes otros temas de gran calado que debido a la incuria de unos y a la falta de respeto de otros a la Constitución, a las leyes que sustentan la democracia e incluso a la palabra dada a los ciudadanos por medio de promesas electorales con ocasión de los comicios en los que consiguieron auparse al poder de forma democrática pero muy poco acorde con lo que prometieron. Esos problemas latentes vuelven una y otra vez a estar sobre la mesa, lastrando la convivencia y abocando a la sociedad a un permanente enfrentamiento que recuerda tiempos ya lejanos que deberían ser superados de una vez por todas. No es de recibo a estas alturas de la historia, que el separatismo y el nacionalismo irredento vuelvan a las andadas y repitan una y otra vez actos contrarios a la ley, exciten los sentimientos primarios de sus votantes y acaben proclamando de manera sediciosa repúblicas que ellos saben inviables, sólo con el propósito inconfesable de ser tratados de manera privilegiada con relación al resto. Pero bueno, ¿a qué viene todo este preámbulo se preguntarán ustedes? Voy a resumir lo que tendría sentido que sucediese con este ya largo embrollo de los posibles indultos a los condenados en el juicio del llamado “proces”. Y lo diré haciendo un profundo acto de esa magnanimidad que nos sugiere el señor Sánchez, presidente del Gobierno. Hace unos días se celebró una manifestación multitudinaria en Madrid convocada por la plataforma civil Unión 78. Con esa manifestación se pretendía hacer ver a Sánchez que el sentir mayoritario del pueblo español es contrario a los indultos para los condenados. Hasta este momento no se dan las circunstancias favorables para conceder esos indultos y prueba de ello es que todos los informes preceptivos previos han sido desfavorables. Es evidente que las declaraciones y actos públicos de los posibles beneficiarios de los indultos muestran una falta de comprensión de la naturaleza de los delitos que cometieron y una contumacia en la idea de volver a repetir esos delitos en cuanto les sea posible hacerlo. En esas condiciones, que son las actuales, la mayoría de los votantes de buena fe de Sánchez no pueden estar de acuerdo con el indulto. No obstante, y en aras a la concordia y al entendimiento entre todos, sugiero que la mayoría del pueblo entendería que se concediesen esos indultos si todos aquellos a los que les fuese aplicable mostrasen de buena fe que no volverán a intentarlo, y para ello a los demás españoles, haciendo uso de la generosidad que también implica el ser magnánimos, nos bastaría con su palabra. Así, quizás serían comprensibles y aceptables los indultos. No de otro modo.

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