Un cocido gallego, una pequeña villa y una lucha cochina

05 mar 2017 / 11:26 H.

Ayer me invitaron a participar en un evento social. Un cocido gallego. En la madrileña plaza de Pedro Zerolo. Para el día del Orgullo. En febrero. Promovido por la gente del pueblo gallego de Lalín. Como suena, no entendía nada. Aunque el hecho de comer y beber de gorra, normalmente suele ser aliciente suficiente para motivar a los indecisos, como en las elecciones. A la entrada, en grande, un cartel con las siglas “LGTBI” y un cerdito con la bandera del arcoíris nos recibe. Estas siglas hacen referencia a un colectivo de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales que lucha en contra de la discriminación social que sufren; o lo que viene a ser lo mismo, es un sinónimo de tolerancia. Ibéricos, tintos y blancos de por medio, se reúne a todos para explicar el porqué del evento. Una concejala del mencionado municipio toma la palabra y dice algo que sale fuera de tono del discurso: “revolucionemos Galicia”.

Son palabras desmesuradas para un pueblecito. Bueno, demasiado grandes en general. Es entonces, cuando empiezo a plantearme a qué puede ser debido. Y es que yo vengo de Andalucía, donde se nos supone, en palabras de mayúsculos sabios como Jordi Puyol, “incoherentes, anárquicos y destruidos”. ¿Cómo puede tener otro lugar español más necesidad que la nuestra de progreso contra el caciquismo señorial del XIX y el fascismo déspota del XX? Como suelo hacer en estos casos, vayamos a la Historia, a ver si nos dice cómo fuimos para ver quiénes somos. Franco da el Golpe en el 36, en el 39 se hace con el poder y, desde entonces, salvo aisladas excepciones, ha gobernado en Galicia el fascismo heredero de La Falange, digo el PP. Estamos en el año 2017, a casi veinte de hacer el siglo de ininterrumpido dominio. No deja de ser llamativo que temas de intolerancia, estancamiento y corrupción siempre tengan las mismas semejanzas. Sí, es cierto que cambian los collares, pero los canes se mantienen. Y siempre hay alguien en la sombra que incita en primer lugar, educa en segundo y castiga llegado el caso, la Iglesia. Esa institución primitiva que se basa en deidades para ejercer dominio sobre los ignorantes y que, por supuesto, es dueña de la moral. PaTo y PePe, PePe y PaTo. Siempre de la mano, el poli bueno y el poli malo.

Esto no es un canto partidista hacia el PSOE, ya quisieran ellos. Es, en cambio, una llamada de atención a renegar de todo lo que marque tendencia. De lo que nos diga cómo, cuándo o quiénes hemos de ser. A ver a la persona, no las etiquetas que lleve. La vida, a pesar de lo que nos hagan creer, se acaba, y con ella, nosotros. Así que démonos un respiro y hagámonos más llevadera la estancia. ¡Ah, sí! También os invito a dejar de pertenecer a clubes sociales, tales como el club Megatrix o el catolicismo. Porque todo tiene su edad, la niñez el primero, la Protohistoria, el segundo.

Soy el primero incapaz de desprenderse fácilmente de todos los prejuicios y estigmas que se me han inculcado a lo largo de toda mi educación y, sin embargo, no se me ocurre mejor manera que derrocar el reinado imperante del machismo, que dándole visibilidad a todo lo que nos oculta la sociedad, a todo lo que la Iglesia considera punible y, el PP, reprochable; a todo aquello que nos separa de las etiquetas. Como ya dijeran antes, revolucionemos, no sólo Galicia, sino toda España, y, abandonemos esos grilletes que nos atan al pasado.