Suposiciones

11 nov 2019 / 12:05 H.
Ver comentarios

El cachorro de gato juega a atemorizar al perro viejo. El perro se deja, nunca le ha gustado jugar, no sabe hacerlo y sospecha que cualquier respuesta me va a sentar mal y que acabaré realizando un llamado a la paz con la voz en cuello, que es como yo suelo reclamar paz a los animales con los que vivo. El gato es demasiado pequeño para entender todo esto y se sirve de la inacción de su contrincante para acentuar su atosigamiento, lo que me conduce a sentir lástima por el perro, que ya no puede ocultar su incomodidad, su absoluta hartura: vive con el rabo agachado, con la cabeza agachada, vagando de rincón en rincón. Me gustaría explicarle que un solo ladrido, un leve amago de irse hacia él, bastaría para resituar el escenario, para abrir un espacio de sano pasotismo. Pero no sé cómo. En realidad, tampoco sé si el gato juega o simplemente se protege de un previsible ataque, ni si el perro está harto de veras o esa es su manera de jugar. Lo único cierto de esta historia que contemplo son mis suposiciones, ciertas en mi cabeza, en las emociones que me genera, y a partir de ellas armo mis soluciones. ¿Es posible que todo lo vivamos así?

Articulistas