Sofá paraíso

    17 nov 2019 / 12:20 H.
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    Quizá alguna empresa tenga registrado este nombre para uno de sus productos, pero de lo que no cabe duda es que ese “mueble” es lo más parecido a una puerta al paraíso —terrenal o no—. Es más, el calificativo de mueble se le queda muy corto. Alguien debería concebir otro apelativo para designarlo ya que esa mera denominación no le hace el favor que merece. Posiblemente alguna que otra cabeza se esté moviendo ahora mismo hacia uno y otro lado como dudando de la excelencia de ese conjunto de cojines mullidos, asientos confortables y reposacabezas placenteros. Piensan en la cama, obviamente. Pero sin despojar a la diosa del descanso de su preeminente lugar en nuestro hogar. El sofá nos ofrece tal compendio de posibilidades que, especialmente ahora que la estación cambia, alcanza la plenitud del gozo.

    ¿Hay algo que pueda superar la otoñal estampa de ese asobinarse entre la cálida mantita zamorana y el candente roce del cuerpo amado? El sofá permite todas las combinaciones matemáticas de dos, tres, cuatro elementos que pueden elevarse a infinito. Desde su atalaya produce especial emoción el disfrute de esa película antañona cuyo final conoces y que te va llevando queda y silenciosamente hasta los brazos de Morfeo. O botar al ritmo del videoclip que te recuerda aquella mocedad jurásica casi olvidada. Si ese rítmico movimiento deriva en otro conjuntado con quien lo comparte contigo y, de pronto, apruebas algo así como un control sorpresivo de física y química amorosa, pues nuevo punto para el sofá. Desde su cojín conjugas, verbo a verbo, los latidos que te enternecen, las visiones que te conmueven, las miradas que te excitan, los roces que te turban, los sonidos que te agitan, los sueños que te inquietan, los rumores que te advierten, etcétera.

    Es el compañero silencioso que te escucha cuando el mundo parece derrumbarse; enjuga las lágrimas de una tarde de melancolía; absorbe el gemido sin dilucidar si es de dolor o de placer; acepta confesiones sin siquiera sorprenderse; guarda tu huella y te acoge siempre; induce a soñar; aplaude en silencio ante el beso sorpresivo; amplifica tu sonrisa y la hace suya; cobija tus escarceos; ampara tus dudas y te rodea con su abrigada quietud.

    Un sofá es un agujero negro del que nunca apetece escapar. Se diría que nos aprisiona y que esa opresión “carcelaria” lejos de incomodarnos, nos fascina hasta desear que el tiempo se detenga en ese instante para regocijarse sin más criterio que cerrar los ojos y saberse protegidos de todo y de todos. A su alrededor se han ajustado negocios, acoplado amores, concertado biografías, firmado proyectos... ¡Cuánto ha hecho el sofá por nuestra civilización!.

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