Sin que sirva de precedente

    02 nov 2021 / 16:41 H.
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    Pasamos de besarnos y abrazarnos, más o menos hipócritamente, a encender la luz, abrir las puertas y saludarnos con el codo, lo que a más de uno puede haber causado una epicondilitis lateral, codo de tenista para los legos en la materia. Aprendimos a vivir con la boca tapada, que no callada, y a girar el cuello en dirección contraria a las agujas del reloj al ver venir por nuestra derecha a la vecina del quinto. A todo se acostumbra uno; dicen que quien un mal hábito adquiere esclavo de él vive y muere. Pero parece que esa regla solo funciona cuando la costumbre no es impuesta, sino adoptada “motu proprio” y acompañada de malos augurios. Sin embargo, el virus sigue entre nosotros, como el gato de Schrödinger: no está ni vivo ni muerto, pero está. Lo hemos incorporado a nuestra vida, como hacemos con el dolor, la traición, los rostros famélicos de los niños, poner la lavadora a medianoche o las mentiras de gobiernos y currículums de LinkedIn. Nos acostumbramos al riesgo, quizá porque nos puede la torpeza, quizá porque estamos resignados, porque nuestra memoria es efímera o porque, después de todo y sin que sirva de precedente, nadie escapa del último viaje en la barca de Caronte rumbo a nuestro menos ansiado destino.

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