Si me dieran el mando

15 ago 2019 / 10:38 H.

Pongamos que me pagaran un buen sueldo, librándome de otras tareas. Que por poco poder que representase, poseería a mi cargo un nutrido número de personas dispuestas siempre a hacerme caso, nada más levantar la mano... No sé si en otra vida me podría interesar, pero lo cierto es que hace ya mucho que entre mis ambiciones —y no es el nombre de una hacienda, ni el de una telenovela— no figura mandar, ni más responsabilidad que mis clases, seminarios, talleres y lecturas de poesía o sobre literatura. Reconozco, no obstante, que hay ocasiones que este mundo nos pone frente a una toma de decisiones, más o menos personales e hipotéticas, y que en un momento determinado debemos dar un paso adelante. Es lógico, en ese sentido, tomar partido. Entonces, por unos minutos y sin sentar precedente, me voy a poner en situación, ya que a todo hijo de vecino le surge la tentación alguna vez de arreglar las cosas, al menos desde la teoría, tal y como se encuentra el percal. Lo primero que cambiaría o, mejor, que instauraría, es un ministerio o Dirección General de la Lengua Española y, que conste, también de las respectivas lenguas cooficiales ídem de ídem. Digamos que no se toleraría ni una falta de ortografía en la publicidad estática, en los folletos oficiales, ni en nada que tuviera visibilidad suficiente como para ser copiado. Cualquier documento escrito debería ser supervisado y valorado por filólogos y especialistas. Otro asunto sumamente molestoso es los cláxones en la calle: no se permitirían los típicos saludos y demás admoniciones, sin olvidar al camión del butano que se anuncia a golpe de bocina. Del mismo modo instauraría una brigada urbana camuflada, de paisano, para multar —los dardos tranquilizantes se quedan para un guion distópico— a aquellos que infrinjan normas básicas de comportamiento, como arrojar cualquier basura a la calle, el paquete de tabaco vacío, colillas, plásticos, menudencias, o no recoger los excrementos de su perro, haciéndose los suecos y mirando hacia otro lado... Ojo a esto último, que es el colmo de la incivilidad y la estupefacción. Y qué decir de los ahora tan populares patinetes eléctricos, que circulan por doquier rapidísimo, al igual que las bicis. A ver, señores, ¿cómo se permite que vayan tan campantes por las aceras? ¿Por qué eso no está ya controlado, legislado y convenientemente organizado? La cuestión del reciclado es muy importante en un país —el nuestro— que apenas conoce esa cultura o regla de las tres erres, a saber: reciclar, reutilizar y, en la medida de lo posible, reducir. En Europa hay una seria concienciación sobre residuos sólidos urbanos, y los ayuntamientos, barrios y mancomunidades ofrecen lo necesario para vivir en armonía con la naturaleza. Aquí ni lo soñamos. Solo en algunas ciudades y, de manera tímida, se inicia a reciclar formalmente. Hay tanto que aprender todavía... Se habla mucho de derechos civiles, y España ha avanzado con justicia y notoriedad en el panorama internacional, pero ¿qué hay de los deberes? ¿Qué hay de la música en los autobuses públicos? ¿Y de la del vecino? ¿O la moto con el tubo de escape a toda cebolleta? ¿O no desplazarse al lado derecho en las escaleras mecánicas para dar paso a los que quieran adelantarse? No sé cuántos ejemplos podría citar más. Así que cada quien elabore su lista, que seguro que le da para un par de artículos más.