Recoger el petate

28 ene 2021 / 18:06 H.
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Unos casi serían capaces de matar por conseguir la vacuna, jugándose el cargo y la reputación, y otros niegan hasta el mismo virus, enarbolando la capacidad inalienable de decidir, y de que no le inyecten sustancia alguna. Ven el antídoto innecesario, una especie de contraveneno que llevaría aparejado un chip que se incorporará a nuestros cerebros y con el que nos controlarán, convirtiéndonos al activarlo en robots, como a los clones de Star Wars tras la Orden 66. En suma, una conspiración maligna para restar libertades, como el hecho de llevar mascarilla, que provoca absoluta indignación. Las armas, en EE UU, han pasado a formar parte de artículos de primera necesidad, y es que todo depende del cristal con que se mire. Allá el pueblo con sus sabias razones. Sin embargo, el Motín de Esquilache en el siglo XVIII, aunque en realidad encubría hambre y miseria, tuvo como pretexto rebelarse contra la prohibición de usar capa larga y chambergo, ya se sabe, porque el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos, violaciones y desórdenes. Así que lo que ahora se nos presenta como un ultraje, en otros tiempos habría sido del gusto popular. El individuo de aquella España y la de hoy no presentan demasiadas diferencias de base, independientemente de la tecnología, las telecomunicaciones y otras chucherías de la modernidad. Sin ir más lejos, siguen los militares y la Iglesia campando a sus anchas, como se comprueba recientemente.

Por su parte, el Jefe del Estado Mayor ha recogido el petate y se ha largado con los trastos a otro sitio, supongo que a su despacho anterior. Lógicamente este señor no dejará su generalato de cuatro estrellas, pero —ojo— yo no veo tan claro que tuviera que dimitir, tratándose de quien era, o sea, del puesto que ocupaba. Igual deberían haber establecido otras prioridades, porque lo que no tiene sentido es que altos cargos del Estado no se hayan vacunado ya. Creo honestamente que eso habría de cambiar, pero comprendo que a partir de ahí se pueden suscitar sutilezas en los criterios, y un coladero de listillos de primera hora se aprovecharían de la coyuntura para ponerse la inyección. Como es de esperar, en esa franja cabrían mil y una jerarquías, escalafones y protocolos para meter a alguien que quisiera o se sintiera en el derecho de ponérsela. Pero igual que ahora, cuestión de rangos y roquetes. Lo que sí tengo claro es lo del obispo de Mallorca, al que le han buscado coartada con escaso éxito desde una residencia de curas jubilados. No cuela ni de chiripa, pero señores, no se alteren, con la Iglesia hemos topado. Ah, el corporativismo de la Diócesis, qué van a decir... Observamos sin dificultad que siempre hay quien se las ingenia para encontrar esas jeringas especiales que agotan el “culillo” —un nuevo patrón de medida que acabará imponiéndose— del bote para la sexta dosis, tal como argumentó el sagaz consejero Aguirre. Y es que a nadie se le escapa que esas jeringas se fabrican aquí.

De un modo u otro, estos días asistimos a diferentes raseros a la hora de medir qué es o no justificable, junto a excusas peregrinas para que alcaldes, concejales, consejeros y personajes de cierta ralea hayan conseguido la primera dosis. Me pregunto yo, después de haber perdido su trabajo y estatus, al menos les dejarán ponerse la segunda, ¿no?

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