Realidad o desencanto

    30 mar 2021 / 09:40 H.
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    Resulta curioso, y hermoso, comprobar que los humanos siempre hemos conseguido sobrevivir y prosperar en grupo; después de todo, y como nos apuntó Aristóteles, somos animales sociales. Es por eso que las emociones, positivas o negativas, se expanden, como el universo, se contagian, como si de un virus, otro más, se tratara. Llanto, risa, ilusión o dolor se equilibran y confunden en una perfecta sintonía a la deriva. Crecemos con la ilusión por bandera, soñando con la conquista de un mundo mejor y más justo para nuestros hijos; alcanzamos la madurez creyéndonos de vuelta de todo: más sabios, más curtidos, más herméticos al desencanto. Pero a veces, como ahora, la desesperación se palpa en el aire, se huele el miedo. Miedo a la enfermedad, y a los insensatos fiesteros que la propagan, a la muerte, a la pobreza, a que nos roben la libertad, al ninguneo, a la arbitrariedad, a la ignorancia, al desprecio por nuestra cultura y nuestros valores, al vilipendio desmedido a nuestro esfuerzo por superarnos... Y nos preguntamos, así, vulnerables, con mascarilla y devastados por la pena, qué narices están pensando aquellos que nos dirigen, a qué están jugando y de qué sustancia, encallecida e inhumana, están hechos.

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