Quién obedece al controlador

20 nov 2018 / 09:16 H.

A la política la recubre una pátina de óxido difícil de eliminar. Con el paso del tiempo, el desgaste sufrido ha hecho que se pierda el aspecto más lúcido del exterior de la política y la causa hay que buscarla en que nadie se ha preocupado de poner freno a tanto desmán, y eso que se apreciaba riesgo de originar una alarma social de características preocupantes porque podía alargarse en el tiempo, tal y como así ha sido. Un ejemplo palmario es bastante reciente y tiene que ver con los beneficiarios de tarjetas que no tenían que justificar los gastos ni declararlos a Hacienda. Se creían dueños de un dinero que realmente no les pertenecía y, de facto, si tenemos en cuenta la sentencia que ha juzgado su caso, puede que llevaran razón, ya que le conmutan la pena de prisión por el pago de una multa económica ridícula. Lo primero que se me ocurre pensar es en su habilidad para mentir al controlador: “Con lo cándidos que son ellos”, no puedo pensar sino en falsas inculpaciones y no entiendo qué deducción lógica me hace a mí pensar que ha habido fallos en la tarea de controlar la acción eficaz y de calidad de los gestores de una entidad que, como otras muchas, “reforzaron” el control que debe existir entre el controlador y el ente controlado. La labor del controlador falla cuando no se ejerce una mayor supervisión sobre los riesgos de las entidades y su grado de cumplimiento normativo. Me ha sorprendido que no exista una correlación entre las funciones de quien controla y aquellas acciones de los controlados que dan pie a excesos arbitrarios que dañan la imagen, sobre todo del controlador. La toma de decisiones del controlado carece de rigor si a la larga se convierten en el caldo de cultivo perfecto para favorecer la llegada de nuevas crisis que tanto daño causan a la ciudadanía en general. Estimo que el controlador ha de conocer con exactitud y en cada momento las causas que propicien la repetición de prácticas políticas deleznables que pudieron evitarse si se hubiese tenido en cuenta la opinión técnica del supervisor. Fingen no haber roto un plato, ocultan pruebas, maquillan las cuentas, emulan las tácticas de falsas víctimas, se recrean en el manejo de una moral artificial para salvar un gasto indebidamente justificado ante una autoridad de supervisión que debería proponer que se aumentasen las penas de prisión y que se eliminase la prescripción de los delitos. El controlador ha de detectar y subsanar las vías de despilfarro económico; debe evitar a toda costa los riesgos y la relajación en el control de un dinero que parece que no es de nadie pero que a la larga parece que es de todos aquellos que tienen que aportar por lo civil o por lo criminal su granito de arena. Comprenderán que ya no se trata de cuadrar mal o bien el presupuesto de entidades de dudosa reputación, sino de consolidar la labor comprometida del controlador que debe castigar la alegría de gastar sin control alguno. A quienes no se les cae la cara de vergüenza habría que infligirles un severo correctivo, seguro que no violarían nuevamente la confianza del controlador y más cuando hemos comprobado que a la hora de gastar es preferible hacerlo con el dinero ajeno. Hay que erradicar el aquí vale todo y ganarle la batalla a aquellos que distorsionen las reglas impuestas por el controlador.