¡Quién nos
lo iba a decir!

En el año veinte del siglo XXI, cuando el hombre creía tocar el universo con la mano, en plena era digital, en el mundo de la imagen y las comunicaciones, la sociedad de la información —¡el planeta se quedaba pequeño!— y la globalización, los virus eran informáticos, solo atacaban a los ordenadores y los únicos enemigos de la humanidad eran los hackers. ¿Quién nos iba a decir que un virus de los de verdad, un bichito, iba poner en jaque al género humano? Después de más de tres meses de pandemia, primero en China y después en Europa —la vieja Europa, cuna de la civilización, el saber, el arte, la cultura— América norte y sur y el planeta vemos cómo la economía mundial se tambalea y el equilibrio económico depende de un hilo. Todo aquello por lo que batallamos es prescindible, la globalización tiene límites, que ¡por un virus! medio mundo esté encerrado en sus casas, la posmodernidad hace aguas y el hombre no es ni el genio creador, ni el que todo lo puede y todo lo controla. En plena pandemia aprendemos —a palos, la letra con sangre entra— la necesidad de priorizar, de la humildad, la obediencia, la dependencia, que nos necesitamos, la familia —lo habíamos olvidado— ¡qué falta nos hace!