¡Que no pare la música!

26 oct 2019 / 11:18 H.
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Agazapados en el vigoroso corazón de nuestros pueblos y ciudades existen multitud de grupos, asociaciones y agrupaciones musicales que, día tras día, y con gran esfuerzo personal e incluso económico de sus miembros, llevan el estandarte de la música por ferias, certámenes y encuentros a lo largo y ancho de la geografía provincial, nacional e incluso fuera de nuestras fronteras. Lamentablemente algunas siguen siendo prácticamente desconocidas o se mueven en circuitos reducidos.

Una de ellas, de contrastada historia y flamantes éxitos, es la “Agrupación Musical José Manuel Pérez Marfil” de Villargordo. Sus actuaciones son capaces de insuflar a los espectadores no ya el más puro espíritu de la música sino también su ritmo, su manera de dejar fluir las notas alrededor mientras los traslada a ese particular nirvana que solo a través de la música puede alcanzarse. Bajo la batuta ahora del hijo de su impulsor, el grupo ha representado, incluso, a nuestro país en la cercana Francia y sigue difundiendo la labor que hace ya muchos años comenzó a través de las ilusiones de unos chavales que llamaron a la puerta de José Manuel para que les abriera esa especie de fascinante Caja de Pandora que es la música.

Sus clases, nacidas de una entrañable predisposición ligada a la tradición familiar, fueron el germen de lo que hoy podemos disfrutar en sus apariciones. Ahora, apenas en unas horas, la hora de la jubilación llama a la puerta del fundador. Su vida se ha hilvanado también alrededor de otros sonidos, rítmicos y poderosos: el aliento de vida de los motores “ingresados” en su taller mecánico. Y es a ese mundo de cilindros, pistones, cigüeñales, culatas y válvulas al que dice adiós enjugando una furtiva lágrima —ópera dixit— con esas manos dadas al trabajo duro y esforzado, manchadas de grasa y bregadas en mil y una aventuras desde el foso. Manos capaces de fusionar el vuelo de la batuta con la armonía de un concierto íntimo o el jacarandoso juego de las notas en una divertida chirigota festivalera. He ahí el sortilegio de la música.

El ronroneo del motor queda atrás, como en un universo soñado, pero el de la música, el del recuerdo de aquel saxo que su padre empuñaba como arma de futuro, ese permanece y sigue palpitando al mismo ritmo que su corazón, que sus pulmones. Y ahí seguirá por siempre. De la música no se jubila nadie. La música te envuelve, te eleva, te hace sobrevolar la realidad y te permite ser alguien distinto mientras desgranas sus notas al hilo de ese impulso que te hizo abrazarla desde tiempo inmemorial. José Manuel abandona el siseo de los tubos de escape, pero lo sustituye por la vehemente fogosidad de su pasión por la música, esa que siempre le ha acompañado, perseguido, aupado y situado en el horizonte de los escenarios, de las procesiones, de los conciertos o de la labor callada de enseñar de forma autodidacta a los que después siguen con el estandarte de la agrupación musical.

Desde este rincón quiero sumarme a esos actos que, a buen seguro, glosarán la labor de José Manuel Pérez Marfil a lo largo de los años. Quiero que la música suene, que el saxo no llore por la despedida sino por la emoción que estallará a raudales como si las notas escaparan y bajaran sobre todos como en aquel bíblico tabernáculo. Gracias, amigo y, ya sabes, ¡que no pare la música!.

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