Profundamente ideológico

04 jun 2020 / 17:59 H.
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Durante el Imperio Romano, las revueltas dentro y fuera de sus fronteras nos han legado la voz de los más débiles. Cuando se estudiaba latín en Secundaria, que cada vez se estudia menos lamentablemente, y traducíamos a César, se nos enseñaba que cuando aparecía en el texto “imperio” siempre se traducía como “poder”. Aunque no todos los disturbios responden a principios nobles, como el de Espartaco, que inmortalizó el mítico Kirk Douglas, y su instrumentalización puede movilizar sectores con arreglo a fines —digamos— sospechosos. No hay duda de que la historia de la humanidad se ha articulado en torno a la historia de la manipulación, y no en vano ha quedado aquello de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Las estremecedoras y terribles escenas del policía de Mineápolis aplastándole el cuello a George Floyd, provocándole la asfixia y matándolo, no pueden ser más repugnantes y perturbadoras. La diferencia con otras épocas es que ahora se graba todo, y luego circula por las redes. Injusticias hay muchas, ya lo sabemos, y no es la primera muerte que se produce por “supuesto” abuso de poder y autoridad. Ni tampoco el racismo es nuevo en el gigante yanqui, o las agitaciones sociales. Por distintas raíces, las olas de protesta aparecen cíclicamente. Ante la inviolabilidad de los derechos del individuo como núcleo filosófico del liberalismo, su privación de libertad se propone como la mayor medida de coerción. De ahí que la policía, que etimológicamente significa “la que limpia”, haga o deshaga a su antojo en casos extremos y no tanto, pues en el fondo son demandas ideológicas que generalmente vienen precedidas por el voto de los ciudadanos.

Quisiera recordar el suceso que motivó los disturbios de Los Ángeles en 1992, con más de 50 muertos, precisamente con otro afroamericano, apaleado por la policía y también grabado... Habría que preguntarse por las causas que originan estas tragedias, las coordenadas que generan esta coyuntura, y las consecuencias de un Estado policial como el que hay implantado. Ni los marcianos han dejado de ver por la tele pelis gringas de polis duros o corruptos, con mi adorado Clint Eastwood —que este pasado fin de semana ha cumplido 90 años, ahí es nada— como Harry Callahan, Harry el Sucio, y pienso en la excelente Teniente corrupto (Bad Lieutenant, 1992), de Abel Ferrara, con un magnífico Harvey Keitel, que incluso tuvo un remake menos reseñable, del que no quiero acordarme ahora, así lo firmara el maestro Herzog. Si pensamos al revés, nos damos cuenta de que el hecho de que Trump —un clown peligroso y maquiavélico— presida la Casa Blanca revela las mismas razones por las que Occidente participa de un Estado brutal parecido a esas películas críticas con el sistema que sufrimos, y que este sistema no se arregla con cuatro reformillas, sino que su chip es profundamente ideológico. Al contrario que a Floyd, el capitalismo no ahoga totalmente a las personas; necesita extraerles hasta su última gota de trabajo, chuparles su rendimiento y la riqueza que producen. Se equivocan los que piensan que el capitalismo aniquilará a los pobres; en cambio procura crear bolsas de pobreza, junto a las clases medias, para especular y mantener a los no privilegiados en un puño. Aprieta pero no ahoga aunque, como en este caso, tristemente una imagen vale más que mil palabras.

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